Somos los hijos de la Nada, los apóstoles del trabajo, los ilusos defensores de la fe en la vida. Somos un retazo de luz o de fuego perdido en el Universo, apenas cenizas andantes, micropartículas de arena en el desierto de las consternaciones. Somos quizá víctimas de causas perdidas, pero con camino recorrido y por recorrer. El pasado nos dejó adelante, y el estar aquí y ahora, es un gozo insospechado.
Somos también prudentes observadores de la grandilocuencia de los sucesos macro y micro. En la cercanía se acunaron los deseos y las dudas, las ambiciones y los desmedros, el patinar sobre cuestiones sin trascendencia y sin dejar pasar las ocasiones de un mirar a los horizontes, con la cautela de la maravilla, y los crespones en las auroras y los atardeceres, siempre incitantes al pensamiento, la reflexión, la serenidad de espíritu.
Hemos sido trajinadores en el tiempo, siempre con asuntos entre manos, unos ceñidos a la ilusión y otros a los compromisos del día a día, por salvaguardar el patrimonio de la palabra, la música, el arte en general, y de las proximidades en afecto.
Cincuenta años han pasado de nuestras relaciones más íntimas, con cuatro anteriores de afanes y búsquedas, en el palpitante anhelo de la cercanía, en el idear formas de interpretación de la personalidad de cada uno, sin palabras que pudiesen interferir la ilusión. Cada día en el noviazgo era un escondrijo de suposiciones, con el merodeo de fantasías a flor de piel. Cada día en la armazón indisoluble de pareja, ha sido el afianzamiento de la fortaleza en el espíritu, el cabildeo permanente con las inquietudes, las preocupaciones y los aciertos. Siempre la esperanza a flor de labio y de pie en cada amanecer, y al declinar en la noche, la intimidad de remanso en los sueños.
Los libros, la música, la actividad diversa, nos ha mantenido con la fortaleza de apoyo recíproco, no sin los altibajos propios de las vidas. Ocasiones habrá habido para el desfallecimiento y muchas más para empinar la fortaleza del pasar en común, en mayor grado cuando fueron surgiendo las semillas, con desarrollo en raíces, tallos y ramas de oscilación creativa, que han ido generando estirpe en frutos de continuidad esperanzadora.
Livia ha sido eje y motor en todos los momentos y audacias. La atmósfera de la Universidad y la Cultura nos mantuvo firmes, y seguimos fieles en vocación y aplicaciones. Los hijos, sus consortes y nuestros nietos nos despejan cada día el sentido del existir, y de los compromisos de labor por lo familiar y los entornos de influencia bienhechora.
Lo recuerdo. Días pasaban de yo ver y gustar de esa muchacha, hasta que hubo la anécdota de encuentro, con mediación comprometida. El 3 de enero de 1964, después de cavilaciones y titubeos, nos hicimos novios, y de ahí en adelante fue la historia compartida. Ella de temprano, sujeta al estudio y al trabajo, con dedicación central a la Música, y yo de aprendiz en imaginería de caminos y en interventoría de crepúsculos. En el período 1964-1967 vivimos intenso agite cultural en la Universidad Nacional en Manizales, con directrices dinamizadoras de los rectorados de José-Félix Patiño, en Bogotá, de Ernesto Gutiérrez-Arango, en la Universidad de Caldas, del decano magnífico UN Alfonso Carvajal-Escobar, y con estimulante referencia nacional de Marta Traba. En ese clima provocador inventamos la Revista Aleph, cuyo primer número aparece en octubre de 1966. Y todavía hoy seguimos con el mismo fervor en esa causa, el altruismo en la Cultura.
El 3 de agosto de 1968 contrajimos matrimonio por lo civil y lo tradicional religioso, sin solemnidad alguna, con la privacidad propia de nuestras condiciones humildes. Día en que el asombro visitó nuestros espíritus y nuestros cuerpos, con pensamientos de amantes, encadenados al destino, con visos de azar. El pensamiento se hizo cautivo y se echó a andar el compromiso de ir por el camino que nos tocó, desbrozando dificultades a la manera de despejar sin falta la suerte del día siguiente.
Recuerdos abundan, instantes de angustia sin falta, y otros compensatorios de felicidad. La vida sigue, con amor avivado y ambición de un futuro de disfrute, sin estar ajenos a la complejidad problemática en la que estamos inmersos. Pero la historia es así. El mundo tiene sus derroteros, oscilantes, y no es posible acomodarlo a nuestros gustos y deseos. Más bien, debemos aceptar la realidad y tratar que la del espacio cercano conserve unidad en lo diverso y desarrollo íntegro, con voluntad y esperanza afirmadas en cada día de labor.
Reconocimiento memorioso a nuestros padres, insolventes en lo económico, pero con fortaleza de admirar en la manera como afrontaron las penurias. Y gratitud también debemos a quienes nos dieron la mano en momentos difíciles, a nuestros compañeros de estudio y de labranza, a los profesores nuestros de todos los tiempos. Compañía infaltable de autores de cabecera, en música, literatura, filosofía. La poesía ha sido un germen cotidiano, de alimento y cosecha en soledad.
Pienso, para terminar, que el amor es quizá la capacidad de asumir dificultades y problemas en común; especie de encanto de las sirenas. En esas estamos y permanecemos.
¡Gracias a los dioses del Olimpo… Y gracias a la vida que nos ha dado tanto!
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