El vocablo cultura recoge toda expresión humana, en marcos de diversidad y complejidad, con sentido geográfico y de época. Difícil decir qué no es cultura, cuando se trata de productos humanos en sociedad. Y suele hablarse de cultura popular, con la palabra folclor, para identificar el producto social de colectividades arraigadas, de cierta tradición. De ese modo se identifican leyendas, mitos, rituales, la música, la danza, tradiciones orales y escritas, economía, gobierno, maneras de resolver conflictos, etc. En las sociedades modernas ese estudio corresponde a expertos en antropología social y a los curiosos preocupados por el acontecer de las comunidades regionales, un tanto opacados por el ritmo de los tiempos, con realce de modelos socioeconómicos impregnados por la productividad y el interés monetario.
Sin embargo, sigue habiendo estudiosos que con sacrificio, sin auspicios mayores, hacen su labor compiladora e interpretativa del saber ancestral en comunidades variopintas. Pionero fue Guillermo Abadía-Morales (1912-2010) y su continuador Jesús Mejía-Ossa (1928-2017), personalidad de asombrosas singularidades, nacido en Santuario (Gran Caldas), con formación básica en la Normal Rural que existió en Manizales en un realce de terreno donde hoy está la biblioteca Alfonso Carvajal-Escobar de la Universidad Nacional. Ejerció como maestro en el campo, y en variados oficios de sobrevivencia, apegado a la autoeducación, con desempeños como controlador de vuelos y observador meteorológico en el aeropuerto de Santágueda, pero pronto con regreso a las lides de la docencia, área en la cual tuvo desarrollos destacados. Cofundador de la Escuela Popular de Arte (EPA) y de la Escuela de Artes Débora Arango, ambas en Medellín. Incluso impartió lecciones en universidades y conferencias por todas partes. Autodidacta, con lecturas asiduas en diversos campos, en busca de soporte para la comprensión e interpretación de las tradiciones culturales en las regiones de Colombia. Conocedor de la literatura universal e hispanoamericana, también de autores en filosofía, Bertrand Russell en especial, incluso accedió al estudio de obras de Wittgenstein. Albert Schweitzer fue para él un referente misional. La historia del arte, una de sus pasiones.
En la Revista Aleph publicamos dieciocho trabajos suyos, resultados de indagaciones de campo, bibliográficas y de reflexión. Entre ellos destaco: “Bolívar y su pedagogía social”, “El diablo en la tradición folclórica americana”, “Folclor y pedagogía”, “La actividad lúdica y su experimentación coreográfica”, “La disyunción entre arte popular y arte culto”, “Mito, rito y juego”. En especial hago referencia a descubrimiento suyo de un arte marcial colombiano, que recogió en notas de cuaderno en visitas de investigación a Fredonia (Antioquia), y elaboró como “Apuntes monográficos sobre un arte marcial colombiano” (Revista Aleph No. 10, 1975; pp. 20-29). Se trata del juego o arte identificado por “Grima con peinilla”, con variaciones como el “Elástico relancino”, que sus colaboradores de la EPA estimaron en la posibilidad de promoverlo de arte marcial colombiano. Y otras modalidades nombradas: “Cortes”, “Astico de sombra”, “Recorte ragonazo”, “Línea”, “Astico punzante”, “El turpial”, “El cristo caído”, “La culebra o costeño andino”… Todas ellas reguladas por “paradas”, con uso de la peinilla o machete, de costumbre en el campo para las tareas cotidianas. Se consiguió el rescate de manuales en cuadernos a mano, con dibujos ingenuos representativos de las paradas. El “Elástico relancino”, por ejemplo, con 32 paradas, desde “Los tres tajos” con que se inicia hasta la “Elástica relancina” que es la última. Incluso se recogieron las oraciones que utilizaban para invocar por la protección: “Orazion al ieno en cruz”, “Orazion a la santizimatrenida”, “Orazion en latin a Jesús C.Z.f.” y la “Orazion al apóstol Santiago” (de acuerdo con la escritura del campesino informante en su libreta de bolsillo). Juegos de gran entrenamiento, con maestros campesinos duchos, para no ocasionarse lesión alguna. Una diversión con destrezas, a la manera de la esgrima clásica.
Jesús Mejía, o Chucho Mejía como usualmente se le conocía en los amplios ambientes de receptividad, fue ameno conversador, expositor ilustrado, con un talante pedagógico que atraía a los estudiantes y a los círculos que frecuentaba. Conocedor de la Colombia profunda, en sus comunidades indígenas, afro, mestizas. Canales de TV en Antioquia difundieron sus conocimientos, con entrevistas ilustrativas, sabias, didácticas.
Tuve cercanía con él desde los años 70 del siglo pasado. E influyó en ediciones que hicimos con la impronta del folclor. Incluso tuvimos ocasión de viajar juntos a Buenaventura, para rendir tributo a la memoria del africanista Teófilo R. Potes, quien visitó en diversas oportunidades a Manizales, con su grupo “Los canchimalos”.
Conservo sus artículos y correspondencia, en páginas escritas a mano, de puño y letra, que me enviaba para compartir sus vivencias con las comunidades, las lecturas y las reflexiones sobre situaciones del país y del mundo. Algunas de ellas las firmaba como “Chucho Tatamá”. Los dioses del Olimpo lo tengan a buen cuidado.
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