El arte es una expresión consustancial a la vida en la Naturaleza, de múltiples e inesperadas manifestaciones. Desde los trazos ingenuos de los primitivos pobladores del planeta, hasta las más elaboradas formas en el plano y en el espacio, producto de la destreza en mirada y manos. También apreciamos expresiones naturales, producto de la evolución en todo lo que nos circunda, que podemos admirar como arte por su belleza, incluso por lo extraño en el modo de manifestarse.
El pasado 17 de abril se cumplió el centenario del nacimiento de Guillermo Botero-Gutiérrez, nuestro escultor y artista plástico mayor, una personalidad de recordar siempre, de historia asombrosa que relató en su autobiografía: “Y fue un día” (UN, 1997). Alumno-fundador de la Escuela de Bellas Artes de Manizales (1932), becado en 1941 por la gobernación del departamento de Caldas para continuar estudios en Chile. Durante veinte años permanece fuera de Colombia, con estudio y trabajo al lado de grandes maestros en la escultura. Lector atinado, con temprano afloramiento de la palabra sabia y poética, al lado de su oficio llevado en dedicación absoluta. Vive en Chile, Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay,… con labor en talleres de otros y montaje de los propios. Deja obra regada por esos lugares, y regresa a Colombia en 1961, radicándose en Manizales, con su taller y su trabajo incansable en creación y exploración de todo tipo de materiales. Estimó que estos tienen alma y con su trabajo descubría las maneras de manifestarse los sentimientos de aquellos.
La madera, los metales, la arcilla, productos volcánicos, el vidrio… fueron la materia prima. Desde su incorporación a la ciudad, esta fue poblándose con obras suyas en lugares y en edificios públicos y privados: Plaza de Bolívar, parque de San José, Corporación Financiera, Bancos de Caldas, Bogotá y del Comercio, Club Manizales, Fondo Cultural del Café, Teatro Los Fundadores, Centro comercial Parque Caldas, edificios Xué y Cervantes,… Y extendió obra a Buenaventura, Cúcuta, Bogotá… Viajó en diversas ocasiones por Europa, con observación detallada de museos, para afianzar sus propias concepciones del arte, en función de nuestra América mestiza.
Conversador prolífico y escritor de ocasión, con vena ilustrada y poética. Sus obras solía entregarlas con un bello texto de interpretación. En libros se recogieron sus contribuciones escritas e imágenes de sus obras en dibujo y escultura: “Murales - Esculturas” (Ed. Gobernación de Caldas, s.f.), “G. Botero G., escultor”, muy bello libro de pasta dura (Ed. Universidad de Caldas, 1995) y las referidas memorias. En la Revista Aleph acogimos muchos de sus dibujos y testimonios. Pácora, su población natal, conserva obra y herramientas de su taller, en la casa de la cultura que lleva su nombre.
Su primera esposa fue Emma Reyes, joven que acercó en Montevideo, con quien fue a dar a Caacupé, en el Paraguay, con la ambición de trabajar maderas del Chaco. La relación no duró mucho, se separaron por lo legal, y Emma se fue a París con una beca, saliendo de Buenos Aires, y despedida definitiva. Emma se hizo de profesión pintora y tuvo talleres en Roma, Tel-Aviv, París, con residencia definitiva en Burdeos. Otra historia.
Nuestro Botero hizo exposiciones de sus obras en varios países latinoamericanos y, por supuesto, en su propia tierra. Asumió conferencias con su fácil e ilustrada palabra, acerca de su obra y del arte que le apasionaba, con fuente en los clásicos de todos los tiempos, y con elocuencia en Buenos Aires y Montevideo. En la Universidad Nacional de Manizales hizo charla espléndida en los años 70s.
En Montevideo casó por segunda vez con la educadora Mirta Negreira-Lucas, e hicieron su casa-taller cerca al mar, a la cual regresaban, normalmente los dos, cada año, una vez instalados en Manizales. Bella, ilustrada y consagrada mujer, que fue su soporte fundamental. Botero se hizo a la finca de su padre, “La María”, en cercanías de la ciudad, de once hectáreas que supo aprovechar en cultivo del café, árboles maderables sembrados cuando fue niño, frutales, y aprovechamiento y control del agua, a tal punto que siendo tierra de pendientes no tuvo deslizamientos. Inteligencia práctica aprovechada en el beneficio de la tierra, su soporte económico principal, sin desprenderse de su condición de artista escultor.
Botero muere en 1999, y Mirta se va en definitiva a Montevideo, a la casa-taller, su refugio de los últimos años en cuasi-soledad, entre recuerdos tantos, con algunas obras del Maese que cuidaba con esmero, y en especial el “Profeta Elías” (1969) de su preferencia, talla en aguacatillo de 48 cms. de altura. Allí muere (2007). Y quedan gravitando en nosotros sensaciones de admiración y afecto, por ambos.
Concluyo este recuerdo haciendo llamado para restaurar las cerámicas de la Plaza de Bolívar, sobre el tema del 20 de Julio, en dos murales elaborados con técnica clásica antigua, artesanal en grado mayor, incluso con la fabricación por él de los esmaltes apropiados, en proceso de investigación-experimentación: “Preludio de lanzas llaneras” y “Vientos de libertad”. El descuido y la incivilidad las tienen maltrechas en alto grado. La Industria Licorera de Caldas, quien las financió, debería asumir la restauración, con apoyo técnico del Ministerio de Cultura, y la venia de Alcaldía y Gobernación.
Los dioses del Olimpo lo tengan a buen cuidado.
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