Están que nos meten un policía en la casa y estamos a poco de aplaudirlo. Nos pusieron un Código de Policía que llena de policías los espacios y los temas donde antes no los había, en Manizales nos compraron unos drones para mantenernos vigilados desde el aire, y estamos a poco de aplaudirlo.
Le hemos dado tanto espacio a la idea de seguridad, la hemos celebrado tanto, que se nos ha olvidado que vivir es mucho más. ¿Para qué garantizarle seguridad a una vida en la que, en nombre de la seguridad, hemos sacrificado todo lo digno de vivir?
Lo que pasa es que vivir con miedo se nos hizo normal. Y cuando se vive con miedo se cree que siempre hay una catástrofe por llegar, un mal que ya casi aparece. Entonces debemos movernos, evitarlo, porque quien quita que de verdad llegue. Al final actuamos y nunca llegamos a saber si de verdad la catástrofe habría ocurrido de no haber actuado. Pero qué importa, el castigo más duro, la libertad más reprimida, la policía más grande, nada se pierde, al menos, a lo hecho pecho, así nos cueste uno o dos derechos.
Sobre el Código de Policía es llover sobre mojado. Lo aprobaron a pesar de los reclamos frente a derechos como la protesta, la libre locomoción, el libre desarrollo de la personalidad. Aún así quedan reflexiones. Los policías quedaron con un catálogo de más medidas, obtuvieron poder en espacios y temas donde no los tenían a ese nivel: control del consumo de alcohol, comportamiento en espacio público, control de basuras, por decir unos. Incluso adquirieron con un rol de mediadores, como si fuera favorable conciliar con un conciliador que es autoridad, que no es un igual, que es fuerza pública, que está armado.
Finalmente, más poderes para una autoridad que ha demostrado no tener control ni sanción de su propia gente. Policías que ya tienen la difícil tarea de interpretar la ley en cuestión de segundos, y les damos más poderes, un margen mayor para caer en errores y abusos. Además todavía están en deuda las sanciones disciplinarias a los policías que abusan de su función o se extralimitan. ¿Más poderes para una fuerza que no ha sabido autorregularse ni controlarse? Difícil que haya confianza.
Por otra parte, en Manizales la Secretaría de Gobierno resolvió comprar drones, aeronaves no tripuladas y controladas de manera remota para vigilarnos. El pasado 14 de febrero el secretario Jhon Ever Zamora dijo que al menos 6 drones servirían para asegurar la ciudad. En la Corporación Cívica de Caldas conocimos el contrato de compra de uno de esos drones. Un dron tipo FPV, Hover and Haim, con capacidad de autoseguimiento y con señalamiento constante de la cámara en teléfonos inteligentes. Valor: $20’900.000. Contratista vendedor: Geosystem Ingeniería S.A.S..
La Secretaría le apostó a los drones ignorando la discusión de derechos humanos que existe hoy en el mundo sobre su uso para vigilar y pretender seguridad. La intimidad está en riesgo si se tiene en cuenta que son vehículos con capacidad de llegar a los patios traseros, a las ventanas y a los espacios privados abiertos. Incluso está sin resolver la discusión sobre el uso de sus imágenes como pruebas dentro de investigaciones criminales o juicios. Aún así se siguió adelante, sin siquiera tener una reglamentación nacional, sin mediar una discusión local sobre la pertinencia de esta herramienta.
Es la fuerza de la seguridad que no para. No importa que los indicadores en Manizales mejoren, que los homicidios se hayan reducido 19% entre 2014 y 2015, según Manizales Cómo Vamos; o que apenas el 9% de manizaleños y manizaleñas se sientan inseguros en la ciudad, según la encuesta ciudadana que hizo la misma organización. No importa. Igual alguien o algo nos hace creer que la catástrofe sigue creciendo.
Hace unos días la editorial mexicana El Caminante me invitó a moderar una discusión sobre el libro ‘Ciudad de muros’ de Teresa Caldeira. En su obra, esta antropóloga confirma que el miedo, sobre todo el modo como lo comentamos, llega a impulsar transformaciones urbanas. Las ciudades se extienden y segregan a los ricos de los pobres, proliferan los espacios enrejados y con muros (centro comerciales y condominios) y el espacio público desaparece, ya no existe para estar ni encontrarse. ¿Esta ciudad queremos?
Si no sacudimos un poco el miedo puede que nos regalemos una ciudad de derechos.
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