Escribo sin saber los resultados de la Consulta Anticorrupción. Sin importar qué haya sucedido, tendremos que decir que ninguna lucha contra la corrupción terminó este fin de semana. Queda todo por delante. Si ganó el “Sí”, toca estar encima del Congreso para ver cómo discutirá y aprobará cada uno de los temas. Si ganó el “No” o la abstención, lo mismo, solo que nos tocará empezar un paso más atrás: sin que el Congreso se sienta obligado, sin que el país esté del todo convencido de que algunos de estos y otros temas necesitan regulación o requieren reforma.
Algo hemos ganado hasta acá. Este mes, tanto los de “Sí” como los del “No” hemos aprendido de los temas que hacen que la lucha anticorrupción no sea solo palabrería. Aprendimos qué es un pliego tipo, qué es un presupuesto participativo, qué es la transparencia en el lobby. Supimos que los funcionarios no publican sus declaraciones de renta, supimos que es difícil conocer cuánto faltan a su trabajo y cuánto cumplen con sus funciones, supimos cómo es que los corruptos logran seguir contratando con el Estado, supimos cómo es que la permanencia desmedida en el Congreso ayuda a convertir a los congresistas en gamonales. Incluso discutimos para qué sirve y para qué no sirve una consulta popular.
La lucha sigue. En sociedades donde la cultura y las instituciones nos hacen tan proclives a abusar de los grandes y pequeños poderes, la corrupción se perpetúa más allá de las veces que perdemos o de las veces que ganamos. Por lo tanto, al igual que el poder ciudadano en una democracia, la lucha contra la corrupción no es de momentos sino de cotidianidades. Se mantiene en pie como se mantiene en pie nuestra ciudadanía.
Luchar contra la corrupción es usar el tiempo. Con estrategias a plazos cortos y a plazos largos, sobre todo porque a la corrupción es posible ir ganándole terreno de a poco. Se lucha con inmediatez, no tanto por hacer noticia, por conseguir prestigio o por ganar votos, sino para contarle con presteza a una ciudadanía que debe tomar decisiones y para advertirle a entidades de control que se deben cuidar recursos, pistas, testimonios y sospechosos. Pero también hay lucha de largo aliento, la que busca que a futuro, con planeación, se logren construir políticas públicas para las cuales sea más importante evitar la corrupción que investigarla.
Luchar contra la corrupción es usar el cuerpo. Es una tarea de ejercicio, de resistencia, de repeticiones. Implica no quedarse quieto: moverse, reunirse, buscar, desarchivar, desempolvar, estudiar, aprender. Pararse y ponerse de cuerpo entero frente a los poderosos. No es gratuito que, en un país donde la corrupción convive con la violencia y con la intolerancia a la crítica, los veedores, líderes sociales y periodistas son los que más ponen su cuerpo como última garantía de su ciudadanía.
Luchar contra la corrupción es saber ver y saber escuchar. Para observar noticias y datos, para recorrer documentos y tablas, para procesar información, para enterarse por sí mismo y crearse una opinión propia. Por eso es urgente la transparencia de la información, pues todo lo público que se mantiene en secreto es una atentado contra nuestra oportunidad ciudadana de ver. Luchar también es oír a la víctima de la corrupción, al acusado, al chismoso, al experto, incluso al contradictor político con el que por primera vez, gracias al deseo de proteger lo de todos, podríamos ponernos de acuerdo. En todos hay aprendizajes, puntos de vista y enfoques.
Luchar contra la corrupción es usar las palabras. Primero, romper el silencio: la autocensura termina por no dejar ganancias, solo una ilusión pasajera de bienestar. Segundo, decirlo bien dicho: usar argumentos, pruebas, usar el tono oportuno para el espacio y el momento --a veces duro e imperioso, a veces suave y constructivo--, ojalá sin eufemismos y sin metáforas. Como contamos la corrupción es como termina siendo. Lo importante es decirla más para robustecer el debate y para brindar información a quienes toman decisiones, y menos para excluir o estigmatizar al contradictor, al final, si estamos en un Estado de derecho, no tenemos la última palabra.
Luchar contra la corrupción es usar la vida cotidiana. La lucha no es solo de los veedores de tiempo completo. A veces tenemos días en los que lo público se nos cruza y se nos hace más evidente, esos días traen la oportunidad justa para poner el tiempo, el cuerpo, los ojos, los oídos y las palabras.
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