Decíamos que la Feria de Manizales está en crisis. En realidad es porque está atravesando algunas coyunturas, las cuales podrían aprovecharse para su repotenciación o podrían usarse para desencadenar su marchitamiento.
En la oportunidad anterior advertimos que la Feria se está quedando sin relato, sin historia qué contar, sin algo que respalde sus símbolos y sus escenas, sin algo que una a los eventos. Para eso recomiendo al lector volver a la columna anterior, en caso de querer conocer el punto con más profundidad.
Durante estos días me han llegado mensajes con ideas provocadoras sobre cuál es el relato que debería redescubrirse para la Feria. Entre ellos me gustaron dos: reconstruir como relato del paisaje cultural cafetero y potenciar el avistamiento de aves como eje para la festividad. Propuestas a las cuales debemos encontrarles un lugar para conversarlas y definir si alrededor de ellas puede articularse nuestra fiesta.
En esta ocasión hablaremos de dos crisis que nos restan: la curaduría y la planeación.
Se podría decir, simplificando, que una curaduría acertada buscaría proteger que los elementos de la Feria en realidad logren integrarse al relato que la alienta --y que no tenemos--, pero además busca garantizar que cada evento sea oportuno y de calidad. La curaduría es lo que permite definir lo que va y lo que no va, y cómo va.
Sin curaduría, sin el relato, el criterio público para armar la Feria parece ser la cantidad por la cantidad, la gratuidad por la gratuidad. Una tentación para el populismo y para la imagen del gobierno que esté en turno, pues las claves de la política más simplona suelen ser las mayorías y las dádivas. Por eso tanto agradecimiento a los políticos al final de los conciertos. Así, los logros se cuentan en número de eventos, como si cualquier cosa adicional fuera avance para la cultura; los logros se cuentan en número de asistentes como si el solo tumulto probara la calidad.
De allí el malestar que ronda la ciudad, que ve menos calidad en conciertos y eventos, sin reconocimiento nacional, sin renombre internacional, a la contraria de la recomendación de los que saben en cada materia. La ciudad se va dando cuenta que lo popular, como el despecho, más que un gusto de los espectadores, es una política pública que hace la fácil para asegurarse las mayorías a bajo costo y por el mismo precio. La ciudad va sintiendo que, en curaduría, la Feria se está acercando más a las fiestas nacionales menores y no a las de reconocimiento mundial.
Una buena curaduría de la Feria reconocería que la variedad puede acercarnos a la inclusión, pero en exceso puede terminar en fragmentación. También reconocería que la gratuidad, bien usada, puede acercarnos a la promoción de producciones alternas y nuevos públicos, pero en exceso lo quita aire al circuito cultural.
Una buena curaduría le daría poder a los consejos de cultura de la ciudad, tanto de gobierno como ciudadanos, para que la Feria vaya construyéndose en la concertación con los actores y expertos. Para que no se haga al gusto del director o del alcalde del momento.
Ahora bien, para la crisis de planeación, hay que recordar las alertas que dejó la Lupa A La Contratación del año pasado sobre los contratos del Instituto de Cultura y Turismo de Manizales. La contratación directa con entidades sin ánimo de lucro, excesiva y cuestionada, termina por desconocer que las licitaciones y selecciones abreviadas no son solo requisitos de ley, sino que son la única posibilidad para que una competencia transparente deje a la Feria en manos de los mejores. Las licitaciones las ganan los que saben, los que tiene capacidad y experiencia, los que saben cómo hacerlo más económico.
Por otra parte, la Feria de Manizales debe tener un capítulo en los planes de desarrollo, incluso en los planes de gobierno de los candidatos de estas elecciones. Con indicadores que midan más allá del número de eventos, que midan con precisión las asistencias --que hoy se miden al ojo de los jefes de prensa--, y que encuentren cómo medir la curaduría y la calidad.
Finalmente, debemos dejar el vicio de hacer la Feria a última hora. Lo recursos públicos deben ser apropiados mucho antes de agosto o septiembre, y las alianzas con los privados deben hacerse mucho antes de noviembre o diciembre. A última hora solo queda bien lo trasnochado.
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