Ayer reviví mis recuerdos del 2003. Vivía en Bogotá, había decidido conquistar la capital; trabajaba como odontóloga en las mañanas y por las tardes dedicaba mi tiempo a la literatura y al cine, dos de las pasiones que me han acompañado toda la vida. Tenía un apartamento detrás de la Javeriana, por primera vez en mi vida vivía sola y lo disfrutaba mucho. El punto para vivir era excelente, pues me permitía estar cerca de la Universidad Javeriana, donde había estudiado mi maestría en Literatura y desarrollaba buena parte de mi actividad intelectual, también era relativamente cerca del centro de Bogotá, así que podía ir a los cineclubes que tanto me gustaban; el de la Cinemateca Distrital, el de la Universidad Central y el del Museo de Arte Moderno eran mis preferidos. Era una buena vida de mujer soltera y profesional, que yo aproveché con intensidad, pero como decía mi papá “No hay Yarumo sin hormigas” y vivir en Bogotá tiene su precio.
Recuerdo esa noche de viernes, era un 7 de febrero del año 2003, la llamada de pánico de mis papás averiguando por mí, las noticias terribles del atentado al Club el Nogal, el sonido angustioso de las sirenas de las ambulancias pasando por la carrera Séptima y el miedo… Esa sensación de desesperanza y vulnerabilidad que nos dejan los actos terroristas como el de ayer y el de hace 16 años.
Me duele mucho ver a mi país otra vez bañado en sangre; sangre de inocentes, pues me parece muy injusto que los que planearon y perpetraron este crimen hayan escogido como víctimas a jóvenes estudiantes. Ya son veintiuna las víctimas mortales y más de sesenta heridos; a la mayoría de los muertos los van a tener que identificar a través de pruebas de ADN, pues sus cuerpos quedaron tan destrozados que no permiten otra manera de identificarlos. Pobres familias, con sus hijos les matan la ilusión de futuro, pues ¿quién se puede proyectar hacia el porvenir con optimismo a sabiendas de que su hijo fue asesinado de esa manera tan cruel?
Este atentado nos despierta a la realidad, la ilusión de paz queda aplazada, la cifra de muertos y secuestrados que ha puesto el Eln en este último tiempo deja muy en claro que el camino hacia la Paz todavía es largo y tortuoso; desde que se posesionó el presidente Duque van 9 personas secuestradas por cuenta de este grupo guerrillero, entre ellos varios miembros de la fuerza pública y ahora este atentado, que tuvo como objetivo la Policía Nacional, además las 33 voladuras a los oleoductos de nuestro país. Seguimos padeciendo muchos tipos de violencia en Colombia, también son muchos los actores que la perpetúan, pero el acto terrorista de ayer es, sin duda, del peor tipo. No quiero ni pensar en que aparezcan más locos como el que se atrevió a explotar ese carro en la Escuela General Santander, tiene uno que estar absolutamente invadido por el odio y la demencia para perpetrar semejante acto de barbarie. Si se quería inmolar o no, tal vez algún día lo sabremos, pero me conforta saber que fue víctima de su propia bomba.
No sé cuál será el desenlace de esta historia, si existe un camino posible para la Paz, que no implique el recrudecimiento de la guerra, ahora no sé cuál es, espero que quienes nos dirigen lo tengan claro y que tomen la mejor decisión para todos. Mis condolencias y solidaridad con las víctimas y sus familias.
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