La vida es más simple de lo que pensamos; es una propiedad de la materia y para que surja solo se requiere la suma de algunos elementos y como lo dice el doctor Rodolfo Llinás: “La vida es inevitable”. Así tituló su conferencia, a la que pudimos asistir el martes 18 de diciembre, gracias a las buenas gestiones de la Universidad de Caldas, con un auditorio repleto de gente interesada en escuchar a uno de los hombres más inteligentes del país; un cerebro fugado, como lo describió una de las personas que presentó la charla.
Para este estudioso de la inteligencia, ésta solo se puede entender si se comprende la manera en la que surgió la vida, que él describe como un proceso sencillo; la sumatoria de agua, metano, amonio e hidrógeno, que bajo los efectos de la luz, el calor y el paciente paso del tiempo, dan origen a los aminoácidos que son la base para que surja cualquier forma de vida. 
En su conferencia Llinás cita a varios genios de nuestra historia, que con sus teorías trataron de dar respuesta al interrogante de cómo surgió la vida en el planeta, desde Darwin, que se adelantó a su época hablando de ese extraño caldo de aminoácidos de donde se forma todo ser viviente, Alan Turing, quien no solo inventó y fabricó la primera computadora, sino que enunció la teoría de reacción-difusión que explica la evolución de los patrones biológicos. También habló del sacerdote George Lemaitre, astrofísico y matemático, quien por primera vez expuso la hipótesis del átomo primigenio o teoría del Big Bang, como mejor se le conoce, para explicar el origen del universo.
Para mí el mensaje más importante de la conferencia de Rodolfo Linás está implícito y es la humildad; no nos podemos sentir únicos en el universo, éste es inconmensurable y seguro en su inmensidad acoge muchas otras formas de vida que, aunque aún son ajenas para nosotros, están ahí. Tampoco tenemos la exclusividad de la inteligencia; el conferencista expuso ejemplos de formas de vida elementales, como los tardígrados, que cuentan con un sistema nervioso rudimentario, pero con sorprendentes capacidades para adaptarse a las condiciones de vida más difíciles y si ocurriera un cataclismo en este planeta seguramente nosotros desapareceríamos, pero ellos no. 
En cuanto a la cognición, que es la capacidad de conocer y resolver problemas, otras especies la comparten; según Llinás el tamaño del cerebro no determina el tamaño de la inteligencia. En sus estudios sobre la anatomía cerebral, Llinás ha encontrado similitudes entre el tálamo de los seres humanos y el de animales como el pez, la rana o la tortuga. El investigador también encontró que existe una frecuencia de 40 hertz que genera lo que él llama conciencia, es decir la capacidad de ver, oír, sentir. Esta frecuencia es originada por un canal de calcio que el científico denominó canal P y lo compartimos con animales que podrían parecer tan elementales como una polilla. Esto le permite a las especies tener la capacidad para resolver problemas. Para ilustrar este punto Llinás mostró el ejemplo de una abeja que, para obtener agua, descifró el funcionamiento de un mecanismo que le impedía acceder a ella directamente. También ilustró con maravillosos ejemplos la conciencia de sí mismo que puede tener un animal como el pulpo o un cuervo que se mira al espejo y trata de quitarse un punto amarillo que entiende que no es de él. Otros ejemplos de inteligencia animal que mostró el conferencista fueron el de un ave que diseña un juego parecido al esquí en la nieve solo para divertirse o el de un elefante que pinta al óleo.
Para Llinás los animales cerebrales o seres humanos, como nos definimos, no somos tan especiales como creemos, no somos la única especie inteligente en el planeta y menos en el universo; eso nos debería hacer más humildes y respetuosos con las otras especies que habitan esta tierra de todos.