Tomás Calderón Ramírez, quien escribió para el diario LA PATRIA de Manizales desde el día de su fundación por allá en un junio de 1921, hasta 1955, ha logrado superar la efimeridad del columnista de periódico, que por mucho que se esfuerce, deja apenas una leve y pasajera impresión en el lector. Lo digo porque su obra ha sido editada en varias oportunidades en imprentas oficiales y porque mereció ser publicada por primera vez por la legendaria Editorial Zapata de la capital de Caldas en 1933, con prólogo de Silvio Villegas, y ahora recogida e impresa por Hoyos Editores como un homenaje afectivo del nieto de Tomás, el abogado Mauricio Calderón Sáenz.
Mauricio fue el seudónimo de Tomás, el periodista por antonomasia, con el que suscribió sus artículos para LA PATRIA, para periódicos salamineños, la Revista de la Sociedad de Mejoras Públicas y para numerosas revistas caldenses y de otras geografías, que lo tuvieron siempre como uno de sus más insignes colaboradores. Había nacido en Salamina en 1891. Falleció en Manizales en 1955.
En la tarde noche del viernes 6 del mes en curso en el emblemático Café Tazzioli, sitio en uno de los costados de la iglesia Catedral de Manizales, nos hicimos presentes para hablar alrededor de Mauricio y hacerle objeto de una justa recordación como prohombre manizaleño, pero más como periodista. En un apretado libro de 253 páginas, que comprende una antología de sus escritos, puede el lector avisado o el desprevenido encontrarse con una prosa de difícil facilidad, como debe ser la del periodista, que le sirvió al escritor para abordar los más originales y disímiles temas. Yo, que prologué esta edición por honrosísimo encargo de mi amigo Mauricio Calderón, quedé deslumbrado por el ojo sagaz que tenía para escoger inspiración y personajes. Tomás se autocalificaba como un turista literario, aquel que sale de su escritorio en busca de gentes, situaciones y paisajes y luego los plasma en una columna. Como Azorín, Tomás Calderón sabe encontrar la poesía de las cosas menudas, la inédita belleza de los sitios olvidados, escribió Silvio Villegas.
Quienes asistimos al acto en tan original escenario, la Catedral de Manizales, nos solazamos con la página de Mauricio en que se refiere al sitio en que estábamos, con esta descripción objetal pero inspirada que transcribo en apenas algunas de sus frases: "La Catedral, nuestra Catedral, tiene sus cimientos, como raíces de piedra, en lo más hondo de nuestro suelo. Dijérase, por ese fenómeno de humedad soterrada que mueve sus ondas en lo más profundo de nuestra geografía, que es un barco que navega sin navegar, que quiere partir a cada instante y no parte, que navega hacia la eternidad, que zarpa con sus torres de piedra en un vasto subterfugio de rosetones y de arcadas".
Y como estamos en modo fútbol como dicen los cronistas deportivos, aquí les dejo como abrebocas e invitación a que asuman la lectura de la Antología, su página inspirada en Adolfo Pedernera, un jugador argentino que llegó al balompié colombiano con Diestéfano y Rossi y quien se convirtió en una leyenda. Original visionario este Mauricio. Ya verán los lectores a cual figura actual le aplican esta descripción: si a Messi, si a Cristiano, si a James. "Pedernera poseía la más fina técnica y sabía darle a la pelota la curva exacta, precisa, matemática que ha de ir a la puerta como disparada por un atleta imposible. Verlo jugar era asistir al más bello espectáculo deportivo. Era el jugador todo cálculo, el amoroso de la línea que hace su geometría bajo el pie más certero, el hombre que pesa el golpe y sabe hasta donde rueda la esfera, aún haciendo de la brisa un cómplice para que no derive ella, en el aire claro del medio día, hacia un peligroso lugar que pueda costar un gol. Sabía medir la distancia, hacer el zig zag, metrificar el puntapié, llevar la pelota al compañero, obediente a una ley que hace de la patada un logaritmo. Su pierna tensa parecía hecha con fibras de acero, y cada uno de sus saltos, sobre todo el golpe de cabeza, lo daba como en un vuelo, igual que si estuviera buscando unas alas invisibles, perdidas en la gramilla llena de copas de sol".
Leamos, releamos a Mauricio y disfrutemos de sus vívidos retratos y descripciones, que son atemporales.
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