Porque Humberto de la Calle Lombana es para su partido, el Liberal, del cual no ha emigrado jamás, un líder que recupera la ideología prístina de su colectividad, pero que reconoce sus falencias, sus errores, sus equivocaciones y sus crisis. Y quiere y puede una vez electo en la consulta y desde la Presidencia de la República, hacer realidad sus postulados humanistas y libertarios. 
Porque De la Calle es exaltado, respetado y objeto de agradecimiento, por su denodado empeño en lograr para todos los que nacimos en este castigado país, lo impensable durante décadas: la terminación con los subversivos en diálogos extenuantes, de un conflicto armado de más de cincuenta años, que hoy permite a los ignorados de siempre, a los abandonados de la Colombia recóndita en especial, amanecer sin lágrimas ni sin duelos. Y a los soldados y policías y a las tropas subversivas desmovilizadas, un horizonte exento de lucha fratricida, en el que no vuelvan a aparecer víctimas inocentes e inútiles. Qué desgracia tantas y tantas muertes sin sentido. Pero hay quienes ya han olvidado y se han insensibilizado ante la perspectiva de su repetición.
De la Calle, porque nos ha enseñado que la tolerancia, la convivencia y el respeto por quienes piensan diferente, son enseñas que deben inspirar la nación que queremos, donde quepamos todos. En la que ha campeado el odio, las exclusiones, la discriminación sexual. En la que las mujeres han sido víctimas de maltrato impune, no solo físico si no intelectual y cuya representatividad ha sido reducida a su mínima expresión en colectividades políticas y en los gobiernos de turno. De la Calle propone que estas protuberantes deficiencias sean eliminadas en nuestro devenir. 
De la Calle, porque ha sido el adalid de la modernización del Estado, de la figuración de los derechos humanos, el respeto a La Vida y el derecho a la paz de manera preferente en la Carta Constitucional del 91, proclamada por el Liberal Horacio Serpa, el Conservador Álvaro Gómez y Antonio Navarro del M19 en un gran ejemplo de acuerdo sobre lo fundamental que De la Calle aspira a revivir con la gran coalición que propone. 
Porque De la Calle es leal con quien se jugó su capital político en busca de la utópica paz, el presidente Santos, lealtad que no es abyección y rescata este valor como paradigma a seguir. Como rescata otros valores -la caballerosidad, la ausencia de argumentos peyorativos o incendiarios en el discurso, el llamado a la tolerancia, que hasta sus más enconados contradictores reconocen- que deben ser consignas en el enfrentamiento político hoy tan crispado y enervante.
Porque los hechos tozudos han desmentido que De la Calle sea el candidato de las Farc. Timochenko lo es. Y como lo ha repetido hasta el cansancio: vamos a derrotar a Timochenko y a sus seguidores en las urnas, sin exterminarlos, porque cada loro en su estaca. Nos metemos en los zapatos de los guerrilleros reinsertados, pero no caminamos con ellos. 
Porque a quienes lo han tratado de logrero, de aprovechar su posición preferente de negociador de la paz para alcanzar metas políticas inmediatas, cuando son ellos quienes han utilizado el poder que generosamente se les ha dispensado para satisfacer sus apetitos autoritaristas, con confesión de parte, De la Calle les ha respondido con un argumento racional y demoledor: nadie daba un maravedí por el éxito de su gestión en La Habana. Se la jugó hasta el final por la paz y su tesón e inteligencia, con sus compañeros de misión, le permitieron salir triunfador. Recoja que ganó.
Por último, porque a De la Calle, la juventud lo rodea, lo admira, lo aplaude, hace suyas sus enseñanzas. Las universidades han sido su escenario predilecto. Y esos jóvenes lo han reconocido emocionados como su líder. Porque anhelan que el país en el que van a vivir, por primera vez en nuestra castigada historia va a estar exento de guerra, ojalá por los siglos de los siglos. 
¿Por qué De la Calle? Porque es estadista, buena persona, provinciano, leal, cumplidor de su palabra, claro en sus ideas y propuestas, demócrata, apasionado por la equidad, por la educación, por la cultura. Pero sobre todo, por la vida y por todo aquello que nos permitirá mantener los sueños y la esperanza.