Así me preguntó un lector a propósito de mis artículos sobre el atractivo de varios países que he venido comentando. Podría declararme cordialmente impedido para responder porque después de estudiar en la Universidad del Valle fui a doctorarme en la Universidad Complutense, la mayor de Madrid y de España. En España completé mi carrera como alpinista hasta llegar a ser profesor y asesor de la Escuela Nacional de Montaña de Madrid, filial de la Federación Española de Montañismo. Tengo, pues, muchos motivos para amar a España. Por lo demás nadie puede negar la importancia de España en el turismo, ya que después de Francia es el segundo país en el mundo en la cantidad de turistas extranjeros que recibe por año. El número de visitantes que ingresan anualmente a España rebasa con mucho el número de habitantes del país.
¿Por qué visitar España? Por muchas razones. Primero que todo por nuestra herencia española en el idioma, la cultura y la religión. Otros motivos son: las bellezas y riquezas naturales, la cultura y el arte, la belleza de las ciudades y los pueblos, la gastronomía, la más rica del mundo.
Empecemos por las bellezas naturales; las tiene en montañas, desfiladeros y cañones, ríos, cascadas, lagos, valles, islas, playas, volcanes, parques nacionales. Las montañas que más quiero en el mundo y que no son propiamente las más altas, son los Pirineos. Los conocí profundamente pues allí fui muchas veces a escalar con alpinistas españoles. ¿Y qué tienen de especial para ser preferidas a los formidables Himalayas y a los hermosos Alpes? Son montañas intimistas que esconden en muchos de sus pliegues, especialmente en los Pirineos de Huesca (hoscenses) y catalanes, muchos pueblitos que parecen arrancados a la Edad Media. Vi allí a los campesinos recoger el heno con grandes tridentes y acumularlo para el invierno, vi allí a los pueblerinos guardar las vacas en el piso de abajo. Los animales con su vaho ayudan a calentar la casa en la temporada invernal. Las calles, las casas y los puentes son empedrados. Yo, que soy empedernidamente romántico frente al paisaje, me emocionaba visitando esos pueblos tanto más cuanto que mi edad preferida de la historia de la humanidad, a pesar de todas las críticas que se le hacen, es la Edad Media. Ahora bien, cómo no emocionarse al ver erguirse sobre el amontonamiento de las casitas del pueblo la alta torre de la iglesita construida en impecable estilo románico. Repito mi verso de combate, de Eduardo Carranza en su poema: “El sol de los venados”: “Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza fue verdad”. Fue verdad en muchos casos, porque los habitantes de los pueblos los están abandonando para buscar más confort y futuro en las ciudades. Varios pueblos han sido desmontados piedra por piedra y llevados a Estados Unidos. Lo que más buscan los museos americanos son las iglesias románicas y románticas. Sin embargo todavía quedan pueblos perdidos en los rincones de los Pirineos españoles.
El Parque Nacional de Ordesa, en los Pirineos, es de belleza monumental, por sus picos, por las cascadas, por los valles y por los rebecos, especie de cabras monteses. Allí escalé muchas veces. Y las montañas pirenaicas son muy bellas: Aigües Tortes, Aneto, Vignemale, Monte perdido, Chausenque. Perdiguero, Pique Longe, Maladeta, Cilindro de Marboré, Monte Maldito, Posets, Picos del Diablo, Costerillou, Taillon, Balaitous, Pitón Carré, Gabarrou, Midi d´Ossau… y tantos picos hermosos cuyos nombres se atropellan en mis recuerdos. (Continuará, esto apenas comienza).
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