Sobra decir la emoción. Praga, siempre Praga, una de las tres ciudades más bellas del mundo, que son Praga, San Petersburgo y Estambul. Muchos viajeros coinciden con esta opinión y sus razones tendrán y tenemos. San Petersburgo es una ciudad nórdica a la que llegó el neoclasicismo que unido a la arquitectura de las iglesias rusas ortodoxas confiere a la ciudad una belleza impresionante. Estambul es una aglomeración de monumentos, jardines, espectaculares y enormes mezquitas, puentes sobre el Bósforo y decenas y decenas de palacios asomados a este brazo del mar.
Esta era mi segunda estancia en Praga, la otrora capital de Checoeslovaquia y hoy capital de la República Checa.
Antes que los espléndidos puentes, monumentos y palacios, me interesaban las personas que en Praga nacieron o vivieron y que fueron luminarias de la humanidad. Antes que el enorme reloj, tal vez el más famoso de Europa, antes que el Puente Carlos IV, tal vez, él también, el más famoso de Europa, antes que el río Moldava y sus barquitos, antes que todo este pasado glorioso inmortalizado en piedra, me interesaban: Kafka, Dvorak, Smetana, Jan Neruda, Kundera, Manes, Mucha, Hus, Brahe, Masaryk, Dubcek, Vaclav, Zapotek y el Niño Jesús de Praga. Y también, por otras muy tristes y diferentes razones, estudioso como soy de las dos Guerras Mundiales, me interesaba la historia de Reinhard Heyndrich, funesto personaje apodado “el carnicero de Praga”. En otro artículo califiqué a Praga como la bella y heroica. Bella, como la describiré en estas crónicas y heroica porque en el siglo XX debió sufrir las sangrientas invasiones de la Alemania nazi y de los comunistas rusos, invasiones ambas que dejaron miles de muertos, de hogares destrozados y desbaratada la infraestructura física de la ciudad y del país.
Bueno es que antes de entregarnos al banquete de la belleza arquitectónica de Praga buceemos un poco en la historia de Checoslovaquia, antecesora de la actual República Checa. “Grosso modo” (no, “a grosso modo” como dicen muchos mal enterados) podríamos decir que fueron cuatro las dinastías que gobernaron en esta región. Y al decir “esta región” me refiero a Bohemia, Moravia y Silesia checa, que fueron las tres regiones que formaron lo que sería Checoslovaquia. Y las cuatro dinastías fueron: Preemysl, el Sacro Imperio Romano Germánico, los Habsburgos y los Habsburgos-Lorena. En cada dinastía hubo muchos reyes. Me limitaré a citar solo unos pocos.
La dinastía Preemysl gobernó durante la Edad Media y su rey más representativo fue San Wenceslao I de Bohemia que nació en el año 907. Idea suya fue la construcción de la impresionante catedral de San Vito, que deja con la boca abierta a los visitantes de Praga y donde a la postre, su hermano Boleslao, arrepentido, traería sus restos. Arrepentido porque fue él, Boleslao, el que mandó asesinar a su hermano Wenceslao para sucederle así en el trono. La Iglesia católica elevó al honor de los altares a Wenceslao y como San Wenceslao fue el patrón de la antigua Checoslovaquia y lo es de la hoy República Checa. La fiesta del santo y fiesta nacional es el 28 de septiembre. Wenceslao es reconocido como santo no solo por la Iglesia católica sino por la ortodoxa. Realmente el título con el que gobernó San Wenceslao no fue el de rey sino el de duque. Y así, con este nombre, gobernaron en Bohemia y Moravia desde 870 hasta 1198, cuando los gobernantes pasaron a llamarse reyes hasta el año 1306. La dinastía Preemysl tuvo muchísimos duques y algunos reyes.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015