¿Cómo no dedicar dos crónicas (las anteriores), al puente Carlos IV de Praga si es considerado el más bello de Europa y su torre de entrada el monumento gótico más hermoso del antiguo continente? En el otro extremo hay dos torres de desigual altura. La menor formaba parte de la fortificación de la ciudad y la más alta, construida en gótico tardío, alberga el museo y los documentos referentes a la historia del puente y tiene un espectacular mirador para observar la ciudad y sobre todo el puente. Este goza de mucha animación a toda hora del día: hay grupos musicales callejeros, vendedores de suvenires y artistas que por unas monedas dibujan rostros y hacen caricaturas de los turistas.
La temprana noche, desaparecida la multitud que abarrota el puente durante el día, ofrece un momento de tranquila contemplación del río y de sus barquitos y sobre todo del palacio de gobierno, otrora palacio real, y de la catedral de San Vito, espléndidamente iluminados.
Pero este primer día no quiero visitar Mala Strana, o sea el Barrio Pequeño. Me devuelvo para adentrarme en el corazón de La Ciudad Vieja y para ello recorro de nuevo el puente y me encuentro con la estatua de Carlos IV y la iglesia de San Salvador; esta pertenece a un enorme conjunto arquitectónico cuyo nombre es Clementinum porque forma parte de la edificación en la que hay una iglesia dedicada a San Clemente.
En 1556 el emperador Fernando I llamó a los jesuitas para que los praguenses volvieran al catolicismo después de la irrupción del husismo. Los jesuitas se establecieron en un antiguo convento dominico que tenía como centro la mentada iglesia de San Clemente. Bajo los jesuitas la institución del Clementinum se convirtió en contraparte del Carolinum que era la universidad husita “utraquista”. Los “utraquistas” eran una de las dos ramas de los husitas, la rama moderada. Ellos decían que la comunión debe darse a los fieles bajo las dos especies de pan y de vino. “Sub utraque specie" en latín, de allí les viene el nombre. Años más tarde el Clementinum y el Carolinum se unieron. Cuando el papa disolvió la Compañía de Jesús en 1773 la educación en Praga se volvió laica.
Continúo por la calle Karlova atestada de gente en verano y hago mi callada entrada solemne a la plaza de la Ciudad Vieja. Empleo esta pomposa expresión de entrada solemne simplemente para decir que llego emocionado a la plaza antigua que es el corazón de Praga, conjunto monumental que hace que la capital de Chequia sea una de las tres ciudades más bellas del mundo.
No es, pues, una entrada cualquiera, es el acceso a una plaza de trazado irregular totalmente rodeada por edificaciones consideradas como obras de arte arquitectónicas. Las guías destacan cada una de las bellísimas edificaciones, cargadas todas de historia y yo que soy proclive a dejarme llevar por la emoción ante las obras maestras del arte de los pueblos, estoy sencillamente embelesado. Tal cual.
Al fondo se ven, horadando el cielo las altísimas torres de la catedral de San Tyr. Estoy llegando casi en el momento en que el reloj va a dar una hora exacta, las tres de la tarde. Todas las ciudades europeas antiguas tienen sus relojes muy admirados por los turistas. Pero este no es uno más, es el famoso reloj de Praga. La multitud apostada frente al reloj esperaba expectante la llegada de las 3 de la tarde.
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