“Su voz está llena de billetes”. Quizás sea esta frase de Francis Scott Key Fitzgerald la que mejor define a los políticos, (no a todos, pero sí a casi todos), en especial a los políticos de Colombia. Su desenfrenada y miserable sed de dinero es lo que los mueve, así se lleven por delante el honor, la decencia, el pudor, la coherencia, las instituciones, la patria y hasta la propia familia. El adjetivo que mejor los define es cínico y la etimología de esta palabra dice que viene del griego y significa perro. Nada les importa, solo su bolsillo. Ya los veo a ellos y a sus compinches, que son los que los acompañan en sus trapacerías y fechorías contra los dineros de todos los colombianos, escribiendo y diciendo que mejor me dedique a escribir de ecología y de viajes porque de política no entiendo nada. Y hasta razón tienen, porque en verdad entiendo poco de política pero sí mucho, muchísimo de honestidad, de decencia, de decoro y de amor a la patria. Oyendo aterrado y adolorido igual que todos los colombianos de bien, cómo estos ciudadanos roban al Estado: senadores, representantes, magistrados, gobernadores, diputados, alcaldes, concejales y gerentes de institutos, (¿me faltó alguno?) me pregunto ¿por qué no podemos decirles ladrones? Eso de llevarse al bolsillo millones y millones de pesos del dinero del Estado, del dinero de nosotros, ¿por qué no puede llamarse robo y por qué no podemos llamarlos ladrones y debemos acudir a otros términos políticamente correctos como enriquecimiento ilícito, apropiación indebida? Miserables ladrones es que son, para emplear una frase totalmente incorrecta, afectada del horrible “que galicado”. Y ¿por qué estoy tan furioso? Porque están llevando al país a la ruina y porque soy voz de millones de colombianos que no pueden gritar a los cuatro vientos, como yo lo estoy haciendo ahora, que estos infames ladrones, que se roban el dinero de la salud, de la educación, de la cultura, del deporte, merecen cárcel de por vida y no en casas por cárcel o lugares especiales de reclusión; deben llevarlos a esas inmundas y abarrotadas cárceles (muy inhumanas por cierto) a las que llevan a todos los convictos del país.
Estos “honorables” ciudadanos del mal, ahora que están en el curubito de los cargos públicos, están cogiendo “el tirito”, como decimos familiarmente, de construirse con los dineros públicos fastuosas mansiones para cuando les den casa por cárcel con la connivencia de jueces igualmente corruptos, tener donde solazarse, rascarse la barriga, darse la gran vida y burlarse de los colombianos, no solo de los honestos sino también de los estúpidos que votaron por ellos.
Mi rabia obedece, además, a que no solo conocemos sus fechorías por las publicaciones de la prensa escrita, de la radio y de la televisión, sino porque recorro el país y veo la podredumbre que propician y la miseria que dejan en todos los rincones y oigo a las gentes de bien que me dicen, usted que puede decirlo en voz alta en la prensa dígalo por favor. El desespero, el desánimo y la rabia de los colombianos están mínimamente reflejados en las encuestas que dicen que el 82% de los colombianos estamos “mamados” del parlamento con sus senadores y representantes y el 87% de los políticos y que solamente les ganan en desaprobación la guerrilla y el señor Maduro, al que algunos colombianos miran con declarada simpatía; entiéndase, que hablo, por ejemplo, de Petro y de la señora Córdoba. No se puede ser tan ciego y desinformado en la vida. (Continuará, desde luego).
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