En muchas ciudades europeas las calles cambian de nombre al pasar la esquina, a diferencia de nuestras ciudades donde las calles llevan el mismo nombre o el mismo número en toda su longitud. Esto quiere decir que la carrera Caracas, en Bogotá, si estuviera en Praga adoptaría por lo menos 100 nombres. Así que al llegar al Puente de Carlos IV se me acabó la Smetanovo por la que venía caminando y que solo “duró” unas 3 o 4 cuadras y se convirtió en la Krizovnická. En el punto exacto en el que doblo a la izquierda para entrar al puente hay un museo de la tortura donde se exponen instrumentos y métodos de suplicio utilizados en épocas negras de la historia y de la intolerancia humana, como la Inquisición. Y no es el único, en Europa hay muchos museos de este tipo que atraen a los visitantes con el morbo de la crueldad y del sadismo. La lista es larga y escojo solo unos cuantos nombres de ciudades que ofrecen a los turistas en su lista de museos, el de la tortura: Amsterdam, Viena, Toledo, Santillana del Mar, Brujas, Guadalest (Alicante), Nápoles, San Gimignano (Siena) y Zagreb. Y de este lado del mar hay en México, Ontario y Guadalajara.
Ahora sí, entro al lugar más concurrido de Praga, el puente de Carlos IV, que une La Ciudad Vieja con el Barrio Pequeño, o sea la parte administrativa con la parte comercial. Antes de cruzar por la puerta de entrada ubicada bajo la torre gótica me detengo en la Plaza de los Crucíferos en la que han levantado una estatua al rey Carlos IV frente a la iglesia del Salvador construida por los jesuitas y en la que se celebran constantemente conciertos de música clásica.
Entonces sí cruzo bajo la torre que da entrada al puente de 520 metros de longitud, 10 de anchura y 16 arcos y que es ligeramente curvo. Su arquitecto fue Peter Parler y el rey Carlos IV fue quien mandó construirlo en 1357 para reemplazar al llamado puente de Judith que fue arrastrado por una inundación del río en 1342 y que llevaba el nombre de la esposa del rey Ladislao I. No puedo negar que estoy emocionado pues se dice y se repite por parte de historiadores, críticos de arte, ingenieros y arquitectos que esta torre que da acceso al puente es la construcción más hermosa e impresionante de todo el arte gótico europeo. Cómo, pues, no detenerme en medio de la multitud de turistas y curiosos a mirar la torre emblemática que milagrosamente se salvó en 1648 del saqueo de los suecos durante la Guerra de los 30 años.
Los numerólogos y astrólogos, dice la historia (o la leyenda), dijeron al rey Carlos IV que debía asistir a la colocación de la base del puente el día 9 de julio de 1357 a las 5:31 de la tarde. Estos números forman una capicúa: 135797531 que está grabada en la Torre de acceso de la Ciudad Vieja, o sea la torre gótica objeto de la admiración de los arquitectos. Al extremo del puente del lado del Barrio Pequeño hay otras dos torres. La construcción del puente se terminó en el siglo XV. A lo largo de la historia el puente ha debido ser reparado muchas veces pues las inundaciones del río han dañado algunos de los arcos. El material utilizado fue arenisca y se dice que le añadieron huevos.
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