Sorpresa agradable es ver pasar el tren, el kilométrico tren de mercancías. El tren siempre me trae gratísimos recuerdos de mi niñez, especialmente el tren de carbón. Todos los fines de semana yo viajaba en tren con mi papá desde Armenia hasta Buga, donde él tenía negocios. A veces lo hacíamos en el llamado Autoferro, que era un tren de dos o tres vagones y era mucho más rápido y elegante. En mis viajes por el mundo cuando puedo utilizo el tren; obviamente ya no son de leña. En esta columna narré mi último viaje a la India cuando visité Chandigarth y Daramshala y conté que viajé en uno de los más famosos minitrenes del mundo, orgullo de la ingeniería inglesa en la colonia amada, el Indostán.
El Canadian Pacific Railway (CPR) no solamente es orgullo de los canadienses sino que fue factor decisivo en la formación y consolidación de su nacionalidad. Verlo pasar es motivo de sorpresa y de alegría pero también de paciencia sobre todo para los canadienses que viajan de afán de un sitio para otro en plan de trabajo. Sí, es que interrumpen el paso de las carreteras arrastrando normalmente hasta 200 vagones de carga. Los de pasajeros, más elegantes, son más cortos y circulan con menos frecuencia que los de carga.
La construcción se ubica entre los años 1881 y 1885 y tuvo muchas peripecias, dificultades y problemas de todo tipo. La obra en su conjunto global se debe principalmente al primer ministro John A. Macdonald. El tren atraviesa todo el país de oriente a occidente, desde Montreal hasta Vancouver y por cuestiones de lógica y de facilidad de construcción pasa por algunas ciudades del norte de los Estados Unidos. La sede central del CPR se encuentra precisamente en Calgary, la capital del estado de Alberta, que es donde hice base para mis visitas a las Montañas Rocosas, como ya lo dije. El tren, abundando en la idea y diciéndolo de otra forma, es un ícono del nacionalismo canadiense y su símbolo es el castor.
Hagamos, a propósito de este simpático roedor, una digresión de actualidad. En Argentina están desesperados por la proliferación de estos simpáticos “bichitos” y han ordenado la matanza de 200 mil. La explicación se dio bien clara al público, se mostraron con fotos y evidencias las pruebas y no habrá problema en la matanza. No faltan, desde luego, algunos ecologistas fundamentalistas que han protestado pero han sido acallados por la comprobada contundencia de los desastres producidos por los roedores.
Visitando Ushuaia, la ciudad más austral del planeta, ubicada en la punta sur de la Argentina, vimos y fotografiamos hasta la saciedad los destrozos que causan allí los castores. Fueron introducidos hace muchos años, sin un estudio serio. Pensaron los introductores que la ecología, el paisaje, el clima, los bosques, los ríos eran exactamente iguales a los de Canadá y Alaska. Esos animalitos están acabando con los bosques australes. Por donde pasan dejan solo barrizales y un paisaje muerto, sin árboles. Así que las noticias que llegan del sur son escuetas: se van a sacrificar 200 mil castores, por ahora.
Sin ir más lejos, como decimos familiarmente, aquí en Colombia tenemos casos parecidos. Uno de ellos es el pez león que ha invadido el Mar Caribe y está acabando no solo con las especies nativas de peces sino con los corales. Y en estos días llega desde Europa la noticia de que exactamente lo mismo está ocurriendo en el Mar Mediterráneo con el dichoso pez león, tan hermoso y tan delicioso como letal.
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