Hablábamos de la admirable labor que hace la Fundación Palmarito en los Llanos animando a los dueños de los hatos para que los conviertan en Reservas de la Sociedad Civil. Cualquier colombiano que tenga finca en la que la naturaleza esté bien conservada la puede convertir en Reserva. Las Reservas creadas gracias a la acción proselitista de la Fundación Palmarito son ya 18 y abarcan 74.927 hectáreas. Las tres más grandes son: La Reserva Santa Ana en San Luis de Palenque, Casanare, con 19.867 hectáreas; la Reserva San Pablo y Boral en Orocué, Casanare, con 21.464 hectáreas y el Hato La Aurora en Paz de Ariporo, Casanare, con 17.258 hectáreas.
Una de las metas que los dueños de La Aurora tienen entre ceja y ceja es la preservación de la cultura llanera que se pierde a pasos agigantados. Un llanero a caballo cabalgando por las sabanas es la estampa más bella y tradicional del Llano, pero se está perdiendo por la invasión de las motos; muchos llaneros ya no van a caballo, sino en moto. La música llanera que canta a las mujeres hermosas, a los espantos de las matas de monte, a los encuentros con el tigre, al trabajo del hato domando y marcando reses, se extingue por la invasión de la música costeña y del reguetón. Los hermosos bailes tradicionales se ven relegados por la salsa.
Este lento desmoronamiento de la cultura llanera se debe en parte a la invasión de las petroleras que no han dejado riqueza en los pueblos del Llano y sí, lo sabemos todos, mucha descomposición social. Y en el aspecto ambiental los grandes cultivos de palma africana, soya y arroz, están acabando con los ríos, con las lagunas, con la floras, con la fauna y con las servidumbres de paso de los indígenas. Hace mucho tiempo denuncié esta intromisión descarada y destructora que llevan a cabo grandes intereses económicos. Y ya los ecologistas serios están muy preocupados por este fenómeno.
Las petroleras ofrecen el oro y el moro a los dueños de los hatos para hacer en ellos sus prospecciones y perforaciones con las que arrasan el medio natural. Un gigantesco agradecimiento debemos los colombianos a los dueños de fincas que no caen en la jugosa tentación con la que los ilusionan las petroleras que les ofrecen millonadas de dólares (me consta) por los predios; el Gobierno, que habla mucha cháchara ecológica, debería ayudar a los ciudadanos ejemplares que conservan los hatos.
Los colombianos no podemos olvidar que a los llaneros debemos la independencia. Con un golpe audaz Bolívar sorprendió a los españoles que nunca pensaron que los patriotas les caerían al interior del país viniendo por los gélidos páramos de la Cordillera Oriental. El ejército libertador que se encaramó al Páramo de Pisba estaba compuesto en su casi totalidad por llaneros. Estos “centauros indomables” vivían en las ardientes sabanas de Arauca y Casanare, arriando vacas y domando potros y andaban semidesnudos y así marcharon a Pisba, sin saber lo que les esperaba; ellos no sabían de páramos. Bolívar dividió su ejército en dos grupos; al primero le tocó buen tiempo en el páramo. El segundo grupo, comandado por el Libertador, sufrió los horrores del clima paramuno. 40 de los llaneros murieron de frío y sus cuerpos fueron arrojados a la que hoy se llama Laguna de los Soldados que se encuentra casi en la cima del páramo, mirando al llano. El himno nacional los llama “centauros indomables”.
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