“Decíamos ayer” que no faltan los… ¿cómo calificarlos? que siguen votando por los mismos políticos corruptos o por nuevos candidatos que ofrecen el oro y el moro y que se sabe que tampoco van a cumplir con sus promesas, sino, todo lo contrario, se van a dedicar a esquilmar el desangrado erario público. Ya sabemos que muchos colombianos hundidos en la miseria votan por quien les ofrezca desde un tamal hasta un bulto de cemento pasando por miserables cinco mil pesitos. Es muy fácil acusarlos a ellos, pero es entendible su actuación. Cuando hay hambre todo es posible. Pero cómo calificar a los colombianos que no pasan afugias y votan a conciencia y sobre todo con “angurria” por candidatos corruptos o que se sabe de antemano que van a engrosar la lista de los miles, sí, porque son miles, de funcionarios deshonestos. Uno se siente llevado a pensar y con toda seguridad a no equivocarse, que estos votantes participan de las fechorías de sus candidatos.
Ahora sí, vamos a los hechos. En mi pasada entrega los califiqué de cínicos. Los hechos lo testifican. Hecho número uno y es el primero de una lista que cada día que pasa aumenta en número porque cada semana los Honorables protagonizan episodios de vergüenza, escándalo, impudor y desafecto a Colombia.
Hecho número uno, decíamos. Cuando el cómico, ignorante y despiadado dictador de Venezuela, (admirado entre otros, en estos pagos, por William Ospina, ¿Oh my God), cerró la frontera y todos los colombianos veíamos con lágrimas en los ojos a los compatriotas cruzar la frontera por caminos y ríos llevando en una mano a los niños y en la otra, ollas y lo que pudieron cargar, vimos a los senadores y representantes que querían solidarizarse con los pobres expatriados (eso dijeron) y en efecto fueron a verlos, no les llevaron nada, ni un miserable tinto ni una empanada y esa misma semana, repito, esa misma semana, se ajustaron el escandaloso sueldo. Miserables, no tienen corazón. ¿Tengo o no razón de calificarlos así?
Hecho número dos. Un representante de los desterrados y despojados de sus tierras por la guerrilla, creo recordar que fue una mujer, se presentó al Parlamento, senado o cámara, no recuerdo, a hablar de su terrible situación y pocos parlamentarios asistieron y en vez de oír las tragedias del pueblo se dedicaban a cortarse las uñas, a mascar chicle, a hablar por celular, a conversar entre sí, a ir al baño, y menos a oír las desgracias del sufrido pueblo al que dicen representar. Miserables, no tienen corazón. ¿Tengo o no razón para calificarlos así?
Hecho número tres. Se le ocurrió a una digna parlamentaria proponer la aprobación de una ley para rebajar el escandaloso sueldo que ganan los “Honorables” (¡qué palabra tan elegante para calificar a unos ciudadanos que de honorables no tienen nada) y Sorprendentemente ese día no hubo quórum como no lo hay las numerosísimas veces que se tratan asuntos que a los Honorables no les convienen porque van contra sus intereses personales, o sea contra su bolsillo. ¿Tengo o no razón de calificarlos como miserables?
Algún timorato dirá leyéndome, que sí, que tengo razón, pero que no hay derecho para descalificarlos de la manera como lo hago. Y le respondo: ahora resulta que el malo soy yo y ellos, los que acaban con el país y no sienten el menor sentimiento de compasión por los miles de colombianos que se mueren de hambre, son los buenos. (Esta catilinaria continuará, desde luego, porque no he terminado. La catarsis debe seguir).
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