Dictaba yo una conferencia a damas de la alta sociedad de Bogotá y les dije que para mis arañas había tocado piano el mejor pianista clásico del siglo pasado, y algunas de ellas emocionadas me dijeron que me envidiaban por haber conocido a Richard Clayderman y me hacían muchas preguntas sobre el artista. Yo no sabía si reírme de su emocionada ignorancia. Cuando les dije que el pianista era Arthur Rubinstein se desencantaron.
Las cosas ocurrieron así. Me presentaron un sábado en el más famoso programa de la televisión de esa época en España que se llamaba Directísimo y era dirigido por José María Íñigo. Allí tuve la oportunidad de compartir escenario con Neil Armsgtrong, Nicola di Bari, Alain Delon, Johnny Weismüller (Tarzán) entre otros. El lunes siguiente Rubinstein daba una conferencia en la Universidad Autónoma. Siendo Chopin mi pianista preferido y siendo Rubinstein el más famoso ejecutante de sus obras asistí a la conferencia. Llegué tarde a una sala muy estrecha y debí permanecer de pie atrás todo el tiempo. Al acabarse la charla el escenario se llenó de asistentes que querían hablar con el maestro. Un grupo de personas me reconoció de la televisión y se formó un corrillo a mi alrededor. El rector de la universidad viendo que le quitaban protagonismo a su invitado pidió a un muchacho que fuera a ver quién era el señor del corrillo del fondo. Cuando le dijo que era el colombiano de las arañas del programa Directísimo, Rubinstein oyó y dijo que quería hablar conmigo y me citó en la casa de un amigo suyo, donde se alojaba en Madrid y me dijo que llevara las arañas. Yo estallaba de felicidad. Ya en casa me dijo que me había visto por televisión y quería que yo le resolviera una inquietud que tenía. Y era esta: que cuando Beethoven niño tocaba el violín una arañita descendía del techo y se quedaba oyendo suspendida del hilo y cuando el niño guardaba el violín el animalito volvía al techo subiéndose por el hilo. Y Rubinstein quería saber si ello era posible.
Yo le respondí con la famosa frase: Si non e vero e ben trovato. Y le expliqué que las arañas que tejen telaraña (porque no todas lo hacen) son muy sensibles a las vibraciones. Cuando uno arroja una bolita de papel a una telaraña el arácnido inmediatamente se mueve y al ver que la bolita permanece quieta, entonces no acude a atraparla. Lo contrario ocurre cuando cae una mosca y comienza a revolverse, la araña inmediatamente acude y la envuelve con su seda para luego devorarla.
De igual manera, le dije al maestro que la arañita del cuento podría de pronto sentir la vibración producida en el aire por los sonidos del violín, pero que de todos modos la anécdota me parecía forzada. Entonces me preguntó que si él tocaba el piano la araña que yo había llevado podría sentir las vibraciones. Le dije que ensayáramos.
Se sentó el maestro al piano de cola, se levantó la tapa del instrumento y me preguntó qué quería yo que él interpretara. Ese día viví uno de los momentos más exultantes de mi existencia: Arthur Rubinstein, el grande, el mejor ejecutante en la historia de la música de Chopin iba a tocar para nosotros dos solitos. Coloqué la caja donde estaba la araña a un lado del teclado y le dije que quería la polonesa en la bemol, “Heroica” op 53.
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