Hace algunas semanas se divulgó el informe del Panel Intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC), que señala la importancia de mantener el calentamiento global en un límite de 1,5°C y no permitirnos llegar al previsible incremento de 2°C. Si cumpliéramos ese propósito global, entre otras cosas, “solo” 70 a 90% de los arrecifes de coral desaparecerían, en lugar de 99%, que desaparecerían con 2°C de aumento; o también, podríamos ver el deshielo total del Ártico en verano solo una vez por siglo, en lugar de una vez por década con los temibles 2 grados; efecto al que habría que sumar la elevación del nivel del agua en los litorales. Esto solo por mencionar algunos efectos.
El llamado de urgencia, replicado por varias agencias del sistema de Naciones Unidas, reclama cambios inmediatos. Sugiere por ejemplo que para mantenernos en un calentamiento de 1,5°C las emisiones netas globales de CO2 en el año 2030 deberán reducirse a la mitad respecto de las registradas en 2010, y luego hasta el "cero neto" en 2050. Esto significa por un lado emitir menos: cambiar sistemas de transporte, de cultivos, de consumo de energía, de alimentación, etc.; y por otro lado tener más y mejores mecanismos de captura del carbono emitido, fijándolo en el suelo o en árboles.
Es inaplazable la reflexión sobre los ideales del mundo occidental que, de manera general, privilegia el progreso individual e invita permanentemente a la competencia, en un modelo de lucha constante en el que al final hay solo un ganador, que lo obtiene todo, contra uno o contra muchos, que obtienen poco o nada. Es necesario advertir que mientras corremos tras los paradigmas del éxito, consumimos -además de nuestras fuerzas- unos recursos que son finitos, con la ilusión de ocupar un lugar en el que en realidad caben muy pocos.
Pero también es importante pensar en cambios posibles, y no creo que lo sean aquellos en los que un modelo o un comportamiento se impone o se decreta. La abundancia de legislación ambiental de nuestro país, contrastada con la precariedad de la política ambiental y la escasa eficacia de ambas, son muestra de ello.
Por su propia conceptualización, un pensamiento y una acción “ecológica” deben invitar a observar el entorno, los seres que lo habitamos y las múltiples y complejas relaciones entre todos. Y al observar advertir que somos solo una parte del todo, en tanto nuestro modelo de conservación, necesario sin duda, encierra cierta arrogancia respecto de nuestro lugar en la naturaleza. De alguna manera implica la determinación de los seres humanos sobre qué, cómo, cuándo y dónde conservar, en la línea del mito de creación de occidente: “Señorear en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.” El mito del Génesis no considera la coexistencia, sino la supremacía que nos da la atribución de determinar dónde y cómo vivirán los demás seres de la tierra. Y luego, por extensión, inventamos sistemas para determinar las acciones y decisiones de otros seres humanos, cercenando las libertades y las dignidades.
Es imperativo cambiar, pero un primer cambio es aceptar que otros existen. Quizá para pesar de muchos, no es viable conseguir un equilibrio suprimiendo elementos o hechos. Algunos quisieran suprimir la minería, la ganadería, los combustibles fósiles... otros quisieran suprimir la agricultura familiar, los pobres urbanos y rurales, las tradiciones campesinas... algunos quisieran suprimir a los grupos de poder, o a quienes los confrontan... y mientras discutimos quién es el que debe irse y quién puede permanecer, nos llegarán los plazos que se advierten, sin que nada haya cambiado.
En el Magdalena Medio hoy, a instancias de Redprodepaz, comunidades y empresas están dialogando sobre minería y extracción de hidrocarburos, y también sobre pesca, agricultura y derechos. Los mismos que por años se han señalado y denunciado hoy acuden al diálogo, para que se establezcan límites, no supresiones. En nuestro territorio podemos y debemos hacerlo. Debemos encontrar un modelo en el que coexistan los pumas y las vacas; los bosques y los cultivos; los constructores y los ambientalistas. Se necesitan límites, pero sin suprimir a ninguno.
Y añado, las universidades tienen allí un papel, por eso necesitan financiación estructural.
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