Estoy haciendo un diplomado en Docencia Universitaria en la Universidad de Manizales que busca entregarnos algunas herramientas para ser mejores profesores, enterarnos sobre los cambios en esta profesión: ya no se trata de dictar clase, sino de compartir un saber, unas experiencias y entender con humildad que hay miles de cosas que también uno aprende en un salón de clase, y hablarnos sobre la responsabilidad política de este oficio.
En la última sesión con uno de los profesores más reputados de la Universidad hablamos sobre cómo debe afrontar la docencia los asuntos de inclusión, género, comunidad LGBTI, feminismo y derechos sociales, en medio de la coyuntura actual cuando cada vez toman más fuerza estas conversaciones.
Recordé esta conversación leyendo la columna de Vivian Martínez Díaz sobre acoso sexual y academia. En su columna Vivian dice que “el acoso sexual es una conducta agresiva que comprende actos de hostigamiento, humillación e intimidación sistemática de personas por parte de individuos que ostentan un gran poder. Este ha sido concebido como una de las tantas formas de violencia contra las mujeres existentes en el mundo, y como tal, tiene lugar en diversos espacios como instituciones políticas, ambientes laborales y entornos educativos”.
El profesor estuvo de acuerdo en que el asunto está a la orden del día, es vigente, hay que hablarlo y es necesario que los profesores se formen también en el manejo de estos asuntos. Fue más allá y dijo que estaba de acuerdo en que personas que tengan prejuicios sobre estas comunidades, que sean homofóbicos o misóginos no deberían ser profesores.
Si aceptamos que los abusos son sistemáticos, es decir, se repiten constantemente, y que el machismo (que rechaza a las mujeres y a los homosexuales por igual) es también un sistema al que denominamos patriarcal que da pie a que algunos hombres crean que tienen derechos sobre las mujeres, ¿por qué no lo combatimos también de manera sistemática? ¿Por qué, si dice también Vivian Martínez que “el acoso sexual contra las mujeres es un hecho habitual en la academia”, no hablamos en Manizales sobre el asunto cuando aquí tenemos tantas universidades?
Por qué no es frecuente que escuchemos a los rectores de las universidades, a quienes en esta ciudad consultamos para todo, y que tienen voz y fuerza en sus opiniones, hablando sobre eso, llamando a sus colegas y empleados al respeto, al cambio. Por qué suceden casos como el de Lizeth Sanabria que denunció a su profesor Freddy Monroy por acoso sexual y no se despiertan reflexiones públicas en las universidades de Manizales sobre eso. ¿Será que aquí no se presentan abusos, acoso, violaciones? Por qué no se incluye la discusión sobre el asunto en el diplomado, por ejemplo. Por qué no hay una oficina para que las estudiantes denuncien comportamientos de este tipo por parte de los profesores.
Un amigo decía en estos días que en Manizales, al parecer, todo el mundo es profesor. Yo completo: o estudiante. O simultáneamente ambas cosas, como lo propone el diplomado. Manizales es una ciudad educadora, estoy convencida. La academia impacta muchos espacios de nuestra vida. No pueden las universidades abstraerse de estas conversaciones, deberían liderarlas.
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