La semana pasada cayó desde una imagen de la Virgen de La Candelaria que estaba en la hornacina del frontis de su templo en Riosucio. Nadie se dio cuenta, ni siquiera los sempiternos noctívagos que atraviesan la plaza en olor de santidad anisada. Solo se hallaron trozos de yeso en el atrio. La causa es un misterio: quizás fueron remezones de temblores lejanos, se pensó.
Los memoriosos recordaron el Cristo Rey derribado por el terremoto de diciembre 20 de 1961 y en el alma del pueblo revivió la leyenda de ‘La maldición de La Candelaria’. Ha de saberse que según creencia popular, sobre esa iglesia recaen tres maldiciones: la primera se remonta a mayo 24 de 1902, cuando fue fusilado el liberal José Clemente Castañeda. Corría la Guerra de los Mil Días y la orden fue impartida por un “bárbaro militroche” cartagüeño apellidado Durán. Dizque seguía instrucciones en prosa del poeta Guillermo Valencia, gobernador del Cauca.
El banquillo quedó frente a la Casa Consistorial (actual Casa del Carnaval). La tradición oral cuenta que el párroco proclamaba la inocencia del reo, pero la historia lo señala como un sectario incapaz de defender a un liberal. Debió ser otro más tolerante. Cualquiera fuese, Durán disparó por encima del templo en construcción y señalando arrogante la línea imaginaria trazada por la bala, dijo al sacerdote: “De aquí para arriba manda usted y de aquí para abajo mando yo”. Al infortunado lo sacrificaron frente a su esposa y dos hijos.
La población riosuceña quedó tan impresionada que atribuyó al episodio los derrumbamientos que sufrió el templo a lo largo del siglo. Estaba inconcluso a comienzos del XXI.
De la segunda maldición conozco el título, El Diablo y los tres curas, pero no los hechos. Advierto que el protagonista no es el del Carnaval sino el del infierno, para que ahora no salgan los sabihondos ignorantes a volear índice.
El origen de la tercera se remonta a 1924: proseguía la obra y el párroco Gonzalo Uribe se empecinó en hacer la cúpula de concreto, estando diseñada para madera. El coadjutor Alfonso de los Ríos Cock le advirtió que la estructura no resistiría. Contaban las beatas que el alegato de los tonsurados fue muy caliente y cada uno se aferró a su parecer.
La noticia se regó por las calles. La facción del pueblo que tomó partido por Uribe fue bautizada ‘La rosca’. ‘Los minuteros’ respaldaban a De los Ríos por haber defendido su causa el periódico ‘El Minuto’ de Néstor Bueno Cock, pariente suyo.
La pelotera llegó a oídos del obispo de Manizales, quien determinó sacar a los contendores más un tercero de apellido Castaño, quien aseguraba no haber tenido parte en la pelea. Cuando se iba sentenció que “los muros de la iglesia llorarían su ausencia”, lo cual fue tomado como nueva maldición.
La partida de De los Ríos alcanzó casi la nota de sensacional, por las demostraciones que le hizo parte considerable del pueblo y los discursos pronunciados contra ‘La rosca’. Cuatro meses después la cúpula comenzó a agrietarse y se derrumbó el 25 de diciembre sobre una casa vecina donde quedaron atrapadas tres señoras, sin consecuencias. En la mentalidad colectiva se hizo realidad la maldición.
Luego caería el Cristo Rey en 1961 y con el temblor de julio 30 de 1962 las torres quedaron en estado de demolición. Para celebrar el año pasado el siglo y medio de comenzada la construcción, fueron levantadas réplicas de las originales, 55 años después.
Antes de inaugurarlas y para curarse en salud, se llevó cabo una ceremonia de levantamiento de la maldición. Una ceremonia católica, religión que se precia de no tener rituales mágicos, por si acaso.
Menos de un año después, la semana pasada cayó la imagen de la virgen. ¿Será que la bendita maldición de La Candelaria no tiene ‘contra’?
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Coletilla ecológica: volvió a saberse del puma rescatado de un árbol en La Enea y liberado con un collar de rastreo. Apareció muerto en el municipio de Briceño, al parecer envenenado, y hasta donde se sabe había dificultades para recuperar el aro y los restos.
Briceño queda en Antioquia. ¿Dónde más? La ‘Raza’ conserva su obsesión genética por cazar y talar. ¡Hitos de la ‘colonización’!
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