La naturaleza desbordada sigue arrasando con el patrimonio arquitectónico de Caldas que había sobrevivido a los arquitectos. El visible y mediático; el invisible y anónimo: hace diez días, una creciente del Cauca arrancó cables y entablado del puente colgante de El Pintado, que daba paso a vecinos de Filadelfia y Riosucio impedidos de ir hasta Maibá en La Felisa o a Irra.
Por fortuna, las hermosas pilastras de calicanto de 130 años de antigüedad soportaron el embate, lo cual garantiza la restauración, así sea por atraer votos ya que no por conciencia cultural. Nada cuesta imaginar a los Penagos, los Lizcanos y especies similares, prometer réplicas veredales del Millenium o el Verrazzano, con tal de mantener calientes sus curules, para luego salir con un puente… feriado será. (¡Para qué anticipar decepciones que inevitablemente llegarán!).
Además de su honrosa vejez y su belleza, el viaducto comarcano también tiene pátina bélica, que se remonta a la Guerra de los Mil Días: a comienzos de abril de 1900, Simeón Santacoloma (compositor del ‘Himno del Carnaval de Riosucio’), a la sazón prefecto de la Provincia de Marmato, Cauca, envió al coronel Tomás Cipriano Díaz Morkum con tropas a perseguir a unos rebeldes liberales. Luego pidió al alcalde de Filadelfia, Antioquia, posicionar soldados en El Pintado para atajarlos. El puente estaba cerrado con puertas y candado, y era usado por los gobiernistas para encerrar a los prisioneros, amenazándolos con lanzarlos amarrados al río.
Cuando los insurgentes llegaron, no había milicia de Filadelfia. No llegaría, porque los antioqueños detestaban combatir en tierra caliente y les daba pánico salir de su tierra. Para garantizar su fidelidad, el Gobierno los dejaba en pueblos donde había servicios médicos y no serían atacados.
Como los liberales ya no tendrían que cuidarse sino de los conservadores caucanos que los seguían desde hacía dos días, cerraron el puente, desentablaron una parte y se atrincheraron en la margen derecha del río a esperarlos. La refriega comenzó a mediodía del 15 de abril y duró hasta el anochecer. Apenas oscureció, unos atacantes cruzaron en balsas, para sorprender por retaguardia a los liberales al amanecer del 16, pero estos habían huido amparados por las sombras. Los frustrados legitimistas debieron conformarse con cinco cadáveres y los vecinos dijeron que sus compañeros habían arrastrado doce más hasta el río y cargado en sus espaldas a los heridos, esfumándose entre las sombras.
(Este combate fue reseñado por el riosuceño Alberto Velasco Díaz en su novela autobiográfica ‘De guerrillero a fraile’, hoy olvidada, de la cual extracté apartes. También del ‘Boletín Militar’ publicado en Buga, en abril 30 de 1900. Y para que no me acusen de regionalista, la alusión al pobre desempeño militar de los antioqueños la hizo Carlos Eduardo Jaramillo en ‘Los guerrilleros del novecientos’).
El viaducto comarcano también fue escenario de emocionantes paseos, ¡hace más de 50 años!: se salía de Manizales en un bus escalera, entonces llamado ‘línea’, con destino Arauca. Allí se aguardaba el tren de vapor, después autoferro diésel, que cubría el trayecto Cali-La Pintada. La carrilera bordeaba la orilla derecha del Cauca en medio de un paisaje de ensueño, que se recorría despacio entre traqueteos y bamboleos no exentos de emociones, cuando entraba en uno o dos túneles.
En la estacioncita se detenía tres minutos y había que aventar tulas y valijas por las ventanas, para no ir a dar a La Felisa. Allí aguardaban bestias que se llevaban de las bridas al cruzar el puente, que se mecía inquietantemente al ritmo de un coro de chillidos femeninos. Al otro lado estaba la finca: no había carretera ni energía eléctrica; el único lujo era una nevera de petróleo.
El equipaje de regreso incluía gallina enchumbada en corsé de biao y había que ver las carreras por esos potreros para recapturarla, cuando la bendita lograba zafarse. Por si acaso no, el paso por El Pintado y el viaje hasta Arauca hacían inolvidables las vacaciones. Es duro ver morir los lugares, tanto como los seres amados. Al ver los tablones arrastrados por la pasada creciente del Cauca, se parafrasea a María Callas: primero se perdió el tren; luego se perdió la finca y ahora se perdió el puente. ¿Para siempre?
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