Resuenan ecos del reciente Carnaval de Riosucio 2019, cuya integridad se pone a prueba cada dos años. Fueron seis días de festejo y un forcejeo subyacente: de un lado, los riosuceños deseosos de conservar el rito y recuperar su esplendor; las buenas intenciones y muchas limitaciones de una junta que acertó en alguna medida con la organización, y una administración municipal que cumplió en lo formal, pero resignó lo más importante: autoridad.
De otro lado: comerciantes locales carentes de civismo que solo ven oportunidad de lucrarse, sin retribuir siquiera con el respeto debido a las ceremonias. Se emparejaron con las hordas de jipis, drogadictos, mercachifles, seudosatanistas, rateros y forasteros que vienen a exigir orquestas, perturbar y pagar con delincuencia.
En medio de la brecha y cuando menos se esperaba, las Cuadrillas recuperaron su misión de analizar la sociedad y señalar sin tapujos. Parecieron sacudirse de varios años de temas abstrusos, ininteligibles, con los cuales dieron la espalda a la realidad.
Volvieron a reflejar la inconformidad popular: “Con la sentencia en la mano/ te agarramos del pescuezo,/ condenamos a ese Santos/ pa’ quemarlo en los infiernos”, cantaron los de ‘Caerán rayos y centellas’: “Ahora con este Duque,/ promesa falsa pa’ los votantes,/ le pegaste a la canasta:/ ¡pobres familias, mono farsante!/ Quieres sacar más impuestos/ para meterles peluda mano,/ los bonos son hoy reformas/ con Carrasquilla, par de falsarios”.
Añadieron los de ‘Delirio pagano’: “Más platica a montón/ pa’ Carrasquilla el ladrón”. Con sobra de méritos, el nefasto (casi digo neonazi) ministro fue vapuleado por dos o tres Cuadrillas más. Con estos y otros textos, el público no bailó; volvió a escuchar y cantó libreto en mano.
La crisis del Carnaval tampoco pasó inadvertida. Por ejemplo, la cuadrilla infantil ‘Diosas curramberas’ deploró: “Los Carnavales de mi ciudad/ van para feria, tristeza da./ […] Viene la gente de otro lugar/ y se apodera de la ciudad;/ y el Carnaval/ se pierde más, /lo cultural aquí no está./ En los parques los punqueros/ meten vicio sin cesar,/ las calles son orinales/ y el olor es infernal./ Los borrachos pasan, pasan,/ no se ve lo cultural./ Tradiciones se maltratan/ esto es un caos total./ […] Nuestros diablos no son diablos,/ son muñecos nada más./ […] “Y el Carnaval, el Carnaval,/ ¡aguanta más! ¡aguanta más!/ Tradicional, cuadrillas solo quedan./ De lo ancestral muy poco queda./ Carnaval, Carnaval,/ se nos va el Carnaval”.
Las niñas invitaron a la reflexión: “A todo el pueblo las diosas convidan/ para que cuide nuestro Carnaval./ La tradición debe salir avante/ sin que se lesione todo lo ancestral”.
Los ‘Diablos de las Américas’ fustigaron sin piedad a quienes explotan y atentan contra la fiesta. Suplicaron al colega local: “Oh, mi querido Diablo, oh, mi querido Satán:/ ensártalos a todos, bandidos del Carnaval./ Oh, mi querido Diablo, oh, mi querido Luzbel:/ azótalos con premura hasta que pierdan la piel”.
A pesar del compromiso de las comparsas y de que son razón de ser y culmen de la fiesta, siguen sufriendo por el despelote en que se convierte Riosucio ante la impotencia -¿e indiferencia?- de autoridades y organizadores. Su dedicación de dos años para el montaje, redacción de los mensajes, diseño y confección de disfraces, contratación de músicos, ensayos que en ocasiones demandan viajar, todo con ingentes gastos, se malogra porque no se les ofrece mínimas condiciones para presentarse.
Por ejemplo, una Casa Cuadrillera debió permanecer con la puerta cerrada, porque unos marihuaneros ecuatorianos resolvieron que la calle era de ellos y pusieron altavoces a niveles insoportables, para atosigar con sus huaynos, uno igualito a mil. Tres truhanes compitieron a decibel rampante con cantos de penitenciaría, en plena Plaza de Arriba, impidiendo que una cuadrilla se presentara en el tablado principal. El tránsito mismo de los cuadrilleros, de una casa a otra, debe hacerse a codazo limpio, porque no se les traza ruta exclusiva. En el camino son manoseados y robados; sus disfraces pierden esplendor.
Si el Diablo desaparece, cansado de que la efigie principal la quemen cada dos años, el Carnaval de Riosucio seguirá existiendo. Si las Cuadrillas desaparecen, con ellas se irá el ritual.
Las Cuadrillas defendieron este año el Carnaval. Pero el Carnaval no las defendió.
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