Hasta hace poco tiempo, cuando en Manizales alguien decía “Javier”, se daba por sentado que era Giraldo Neira. No hubo tocayo tan conocido, famoso ni respetado como él. Muchos se le acercaban llamándolo por su nombre, sin que le molestara. Para todos tenía una palabra amable.
Tal carácter fue fundamental para el éxito de las empresas periodísticas que acometió: para fundar Nuevo Estadio convenció a digitadoras, armadores, tituladores, fotomecánicos y operarios de rotativa de LA PATRIA, de trabajar gratis uno o dos domingos después de las 10:00 p.m. Quería mostrar al director y propietario José Restrepo Restrepo la viabilidad de una revista deportiva.
Con aquellos lo logró sentándose a hablar de fútbol, pues muchos eran aficionados que no siempre podían ir al estadio, por los turnos laborales, la cortedad del sueldo y las obligaciones familiares. Al patrón lo persuadió con las ventas.
Secundado por el genial y antipático José Fernando Corredor, nombró corresponsales en las plazas futboleras a jóvenes que buscaban descollar en el periodismo deportivo, como Iván Mejía Álvarez; colegas con algún recorrido como Hernán Peláez y hasta viejas glorias como Abel Duplat y Évar Cativiela. A todos recalaba que sus artículos debían ser equilibrados, repartidos entre el equipo local y el visitante: “Las odas a su equipo déjelas para el periódico de allá”.
Luego agregó una pléyade de corresponsales en el exterior, de los cuales el único real era Manuel Cartagena Perdomo, quien cada nunca enviaba una entrevista con algún exfutbolista. El resto era Mejía con numerosos seudónimos, pues recibía las más importantes revistas del mundo, cuyos artículos traducía y adaptaba.
Con precaria dotación técnica montó la publicación deportiva más vendida y duradera de Colombia: las crónicas de los partidos se recibían por teléfono, copiándolas en viejas máquinas de escribir. Fue la única escuela periodística que tuvieron algunos de los hoy reconocidos.
Corredor y Giraldo diagramaban a mano alzada, pues en aquel entonces no había diseñadores. Cualquier redactor era capaz de planear su página… menos Javier: el optimista usaba bolígrafo y no lápiz, con abundancia de tachones. Ningún boceto suyo servía y se debía armar a ciegas sus páginas. Él se defendía diciendo: “El diagrama es una idea, no una camisa de fuerza”. ¡Cómo no!
Las fotos a color eran para la portada y las páginas centrales, pues el proceso de adaptarlas para impresión se hacía a mano, a razón de ocho horas por cada una. De modo que la revista se imprimía en dos partes: carátulas y artículos intemporales los miércoles; crónicas de partidos en la madrugada del lunes, después de LA PATRIA y antes de La Tarde y el Diario del Otún de Pereira.
Por supuesto, la selección de portadas era un disparo en la oscuridad, cuando no en el oído. Una vez escogió como gran figura a un futbolista que el domingo fue un desastre y cuando se le dijo, Javier se limitó a responder que a él le pagaban “por trabajar, no por adivinar”. Cuando el equivocado era un subordinado lo reprendía con un epigrama lapidario. (Por menos van hoy al sicólogo). Un minuto después regresaba a contar un chiste igual de breve para restañar la herida.
Era tan fascinante la elaboración de Nuevo Estadio, que con frecuencia se esperaba para ver la revista impresa, a eso de las 6:00 a.m. del lunes. La tertulia en la espera era deliciosa.
Otra historia es el abrumador predominio radial que tuvo en el estadio. Tanto que en alguna ocasión vino César Augusto Londoño el discípulo amado, a transmitir un partido por Caracol: “Lo saludamos para que la gente sepa que está en Manizales”, dijo Javier por el micrófono.
Fue un maestro de alto vuelo mas no enseñaba, pero permitía aprender. Su memoria debe perpetuarse, no con un busto hecho por algún caricaturista de la escultura. Ni cambiando el nombre al estadio. Poner antroponímicos a los lugares públicos menoscaba el sentido de pertenencia. (Los políticos encantados).
En cambio, su trayectoria periodística está por contarse. Sería maravilloso un libro escrito por quienes aprendieron de él: Iván Mejía, Javier Hernández Bonnet, César Augusto Londoño, Esteban Jaramillo, Mario César Otálvaro, Arley Londoño, Germán Mejía, Duván Marín, Ricardo Henao y Ricardo Orrego. “Algo” saldría de ahí…
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