Don Cecilio Rojas es un señor a quien con frecuencia publican cartas en la ‘Voz del lector’, en las cuales suele precisar algún dato histórico. En la del miércoles 10 de enero comentó la ‘Cuartilla’ precedente diciendo: “Escribió Álvaro Gärtner en su columna del 5 de enero: “Algunos mirarán el pesebre, incapaces de distinguir cuál es Baltasar, cuál Melchor y cuál Gaspar”. Luego comentó: “Pues bien, en Colombia pensamos que Melchor es el negro, Gaspar el calvo y Baltasar el tercero. En Europa piensan que Melchor es el europeo y Baltasar el africano”.
Como de ello hace apenas dos semanas y muchos siguen en Navidad porque no han quitado siquiera los arreglos, es válido como pretexto para charlar un poco más del asunto. Y como en once meses daremos vuelta a la tuerca desempolvando a los tres peregrinos, es también anticipo de temporada, sin esperar que para entonces alguien recuerde estas líneas.
Pues bien, mr. Ceci, no se trata de ‘pensar’ sino de ‘creer’: en efecto, tanto en Europa como en Colombia damos por sentado lo que usted afirma. Creencia sustentada por una larga tradición oral, o sea, la manera como los pueblos cuentan su historia.
Que Melchor era el rey negro confirmó en 1676 el esclavo africano Pedro Nambua ante la Inquisición de Cartagena: “Los congos, sujetos al rey Congo, eran católicos como su rey que había tomado el nombre de Melchor en memoria y reverencia de este rey bíblico”, apuntó María Cristina Navarrete en ‘Génesis y desarrollo de la esclavitud en Colombia, siglos XVI y XVII’.
Alfonso Mwembe Nzinga no tenía razón para adoptar otro nombre que no fuera el del mago negro, cuando fue bautizado en 1491. Sería el símbolo religioso de su raza; no había más, pues no había nacido Martín de Porres.
Por esa razón Melchor era figura principal en los desfiles de las naciones africanas del 5 de enero en América. Lea ‘Los cabildos y la fiesta afrocubanos del Día de Reyes’, de Fernando Ortiz.
También fue celebrada con esplendor en el actual occidente de Caldas, durante la Colonia. Lo prueba la supervivencia de los apellidos Gaspar y Melchor, aquel en el resguardo indígena de La Montaña y éste en Quiebralomo, de origen mulato. Sugiere que los papeles de ambos magos en el auto sacramental que se representaba en Supía, recaían en miembros de dos familias, las cuales se compenetraron tanto con ellos, que perdieron sus apelativos originales. Baltasar no, porque en nuestra tradición es el rubio europeo.
Como nombres aparecen en casi todos los censos del siglo XVIII. El más llamativo es el de Quiebralomo en 1768, en el cual figuran las hermanas Baltasara y Melchora Espinosa, así como Gaspar Hernández. Y había familias de apellido Reyes. ¿Casualidad o coincidencia? Ninguna, no ocurren en la historia.
Sin duda, de los tres Reyes Magos de quien se tiene más certeza es del negro Melchor. Lo cual no limita la libertad de designar a placer las figuras del popular pesebre.
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Un mes atrás, en la ‘Voz del lector’ de diciembre 14, don Cecilio sugería: “Sería interesante averiguar el origen y el desarrollo de la bella tradición del alumbrado”. Mientras contaba una anécdota familiar, él mismo averiguó: “Se trata de una costumbre paisa bastante antigua”.
¡Ni de fundas! Sus orígenes se remontan a la Janucá o Fiesta de las Luces o Luminarias, para conmemorar la independencia judía a manos de los griegos seléucidas y la purificación del segundo templo de Jerusalén, siglo II a. C. Entonces estaba de moda el nombre Antioco, pero los ‘antiocanos’ son muy posteriores.
Como conjuro de la oscuridad pasó al culto a la concepción de Nuestra Señora que comenzó a celebrarse en Europa cada 8 de diciembre, desde el siglo XV. Apenas en 1854 el papa Pío IX incorporó en la liturgia la fiesta de la Inmaculada Concepción, con la bula ‘Ineffabilis Deus’. Las vísperas, o sea el Alumbrado, siguen siendo populares y conservan su simbolismo conjurador.
Aunque Pío Nono dejó su nombre en los deliciosos piononos de Aguadas, que perteneció a Antioquia, eso no gradúa a los paisas de inventores del Alumbrado. Ni del maíz, la arepa, los fríjoles, el chorizo, la arriería, las silletas; ni de Caldas, como les gusta dar a entender. Y muchos repiten…
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