Dieciséis de los 23 futbolistas que obtuvieron para Francia el reciente Campeonato Mundial, tienen más nexos étnicos y culturales con África que con el país que representaron. Dos, Steven Mandanda y Samuel Umtiti, nacieron en Congo y Camerún, respectivamente. Rusia alineó a un brasileño. En Suiza hay un Rodríguez, en Francia un Hernández, en Bélgica un Carrasco y un Lukakus. En las blondas Suecia y Dinamarca destacan unos morenos y en Inglaterra hay un príncipe yoruba con nombre de ronda infantil colombiana: Dele Allí.
Para no detenerse en la pregunta qué tan ‘nacionales’ son las selecciones de fútbol europeas, es mejor enfocar el asunto desde la perspectiva de los inmigrantes y los refugiados, todos desarraigados. Es un aspecto no previsto por la idílica globalización que traería consigo la Unión Europea sancionada por el Tratado de Maastricht en 1992, que solo contempló igualdad de oportunidades para los ciudadanos de los países signatarios. Si llegaron a sospechar que atraería a personas del Tercer Mundo, nunca vislumbraron las oleadas que llegarían: en Francia hay ocho millones de expatriados, casi 12% de la población.
Todos buscaban mejores opciones, muchos las obtuvieron y algunos descollaron, como los deportistas que representan a sus países de acogida. Son personas valiosas con mucho por aportar. Pero es cada vez más evidente que no forjan connacionalidad con sus nuevos compatriotas, así no se les pida que renuncien a sus culturas originales. Siguen ajenos a las sociedades adonde escogieron llegar.
Las actitudes de algunos en el triunfo o la derrota, en cualquier país, no son convincentes, reflejan patrioterismo o patriotismo por conveniencia. Como dijo Karim Benzema, quien ha jugado 17 partidos con la selección francesa: “Juego en Francia por motivos deportivos, pero mi país es Argelia”.
Los más notables autoexcluidos son los turcos de Alemania, donde hay comunidades establecidas desde 1961, se niegan a mezclarse con los alemanes y hacen saber que no lo harán. De ese país surgió la primera voz de inconformidad contra los futbolistas que no son lo que proclaman ser, días después de la inesperada eliminación de su seleccionado en Rusia, donde quedó último de su grupo.
Su director deportivo, el exfutbolista Oliver Bierhoff, confesó que quizás hubiera sido mejor no llevar a Rusia al talentoso Mesut Özil. Este y su compañero Ilkay Gündogan, alemanes de origen turco, habían desatado una tormenta política antes del campeonato, por fotografiarse con el dictador Erdogan de Turquía. Cada uno le regaló una camiseta de su respectivo club y Gündogan la autografió: “Con respeto para mi Presidente”.
De inmediato, el presidente de la Federación de Fútbol de Alemania afirmó que “nuestros jugadores no han ayudado a nuestro trabajo de integración” entre las diversas nacionalidades en la selección. El entrenador Joachim Löw advirtió que se “les dejó claro que fue una acción infortunada, porque cuando juegas para Alemania representas los valores alemanes”. El diario Bild editorializó: “Son genios del fútbol, pero idiotas políticamente”. Se recordó una vieja frase de una política germana: “Quizás la próxima vez debería jugar la selección nacional de Alemania”. La reprobación popular se manifestó en abucheos durante los partidos de preparación.
Gündogan se disculpó, no así Özil, pudiendo ser más sincero su silencio. Después de la eliminación, Bierhoff reveló: “Nunca obligamos a los jugadores a hacer algo, sino que siempre intentamos convencerles. Esto no lo logramos con Mesut” y lamentó en retrospectiva haberlo llamado a la selección.
En Francia, el exentrenador Laurent Blanc se había pronunciado en 2011: “Creo que hay que buscar otros criterios, modificados con nuestra propia cultura”. Es decir, la selección debería representar lo francés.
Tales hechos anuncian un endurecimiento de las políticas migratorias en Europa y la reafirmación de los nacionalismos. Quizás Rusia 2018 haya sido el último Mundial con selecciones multiétnicas.
Lo contrario sucede aquí: así los españoles nos obligaran a avergonzarnos de lo nuestro, porque lo foráneo siempre es mejor; algunos se desvivan por aprender inglés con acento de Pensilvania o Filadelfia; otros posen de primermundistas así los desmientan sus aspectos y conductas, o sean expertos en lo de los demás e ignorantes en lo suyo, no toleramos extranjeros en la selección. Es lo único que nos hace sentir verdaderamente colombianos. ¿Qué será peor?
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