En fin… Gracias a Dios salimos de una de las campañas electorales de Presidente más aburridoras, agresivas y tensas que la memoria recuerda. Aburrieron los candidatos con su enanismo político, su pequeñez mental, su falta de ideas, su repertorio de frasecitas tan resonantes como vacías y ninguna propuesta que diera esperanza de conservar lo mucho bueno que hay en este país, empezando por su gente, ni de arreglar todo lo malo que hacen los cientos que enlodan al resto.
Aburrieron hasta el cansancio miles de mentecatos que inundaron las redes sociales con diez memes y dos columnas de ‘opinión’ que circulaban como ruedas centrífugas. En su afán de brillar con luz ajena, mostraron nula inteligencia política.
La agresividad tanto de un candidato hacia otro, como de unos partidarios contra otros ratifica la ausencia de ideas y programas de aquellos y la confusión de estos, que vitoreaban o bureaban como en partido de fútbol. Brotó el alma de populacho y la confrontación ideológica tuvo sepelio de tercera.
Votaron 19 y medio millones de personas. ¡Ganó la democracia! celebran Adriana Villegas y muchos más. Olvidan que en democracias aparentes como la colombiana, la sociedad se vuelca a las urnas por incertidumbre, no por convicción. El domingo pasado la gran mayoría votó por miedo al contrincante: unos por oponerse a la caverna del chavismo, decían; otros por atajar la caverna de Uribe, argumentaban. Y todos con pánico de que el ‘otro’ acabe con el proceso de paz, así antes hubieran votado por el No. Ahí no hay paradoja: los extremos se tocan.
También se advierte el miedo en los 808.368 votos en blanco. Pocos, si se tiene en cuenta que en vísperas de elecciones muchísima gente estaba indecisa por no ver cualidades en Duque ni en Petro. ¿Votaron con miedo?
Así pues, el nuevo presidente de Colombia fue engendrado por la falta de opciones y el temor al pasado guerrillero de Petro, su desastrosa alcaldía en Bogotá y su discurso amenazante. Es un producto de laboratorio, una fachada que hace recordar a Olympia la muñeca mecánica con piel de porcelana de la ópera ‘Los cuentos de Hoffmann’, tan perfecta que parecía viva y enamoraba a la gente.
Por más que se le ve y escucha, no muestra casta de presidente: carece de trayectoria y de carisma. Otra cosa es que sea simpático. Tampoco es líder ni estadista. Salta a la vista, así la prensa bogotana hubiera confundido el lunes, ‘electo’ con ‘perfecto’.
A propósito, desde Carlos Lleras no hay un gobernante al que “quepa el país en la cabeza”. Duque sigue la tónica de los nueve sucesores del viejo, en especial porque no le cabía en la cabeza llegar adonde lo encaramó la suerte, como a Gaviria. Por lo que se ve, los estadistas se extinguen en el mundo y las poblaciones desorientadas eligen -o les imponen- a sicópatas, chiflados, bobos o mesías. En Colombia eligieron a Duque.
De algo puede estarse seguro: trabajará por Antioquia. Sus raíces están allá; su mentor y fabricante es de allá y los antioqueños no saben hacer sino para sí mismos, mejor si la plata es ajena. A prepararse, pues, para pagar la monumental chambonada de Hidroituango y comprar energía eléctrica al triple de su valor, y cuanto embeleco se les ocurra.
A los caldenses nos marcarán con el hierro candente de la tal “raza antioqueña”. Querrán cambiar nuestros genes, como los primeros gobernadores de Caldas que impusieron alcaldes antioqueños en los pueblos caucanos del Occidente, para doblegarlos espiritualmente borrando su historia o manipulándola. Podría caernos una neocolonización paisa arreada por arquitectos y fotógrafos caldenses ignorantes, hijos de la leyenda no de la historia. ¡Pobre Caldas!
Más allá de lo local, cabe preguntarse qué hará Duque si Uribe se enoja con él. ¿Quién le dirá qué decir o hacer con la Presidencia… y con Colombia? Éste es a aquel lo que Germán Montoya a Virgilio Barco. Única diferencia: éste tenía Alzheimer.
Todas estas divagaciones surgen del temor al futuro; si hubiera ganado Petro el miedo sería el mismo, las causas otras. Pero no son premoniciones: quién quita que del nuevo Presidente emerja un gran gobernante joven, como en Canadá. Así no sea Jules Trudeau, ni El Ubérrimo sea Montreal.
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