Hoy se cumplen 58 años del primer viaje de un ser humano al espacio exterior. Aquel miércoles 12 de abril de 1961, el desconocido militar soviético Yuri Gagarin se convirtió en celebridad mundial luego de regresar con vida. Allá arriba se limitó a hablar por radio y probar comida para saber cómo se comporta un organismo liberado de la gravedad terrestre.
La hora y 48 minutos del vuelo partieron la historia de la humanidad. Gagarin arrebató las primeras planas de la prensa al simpático y buenazo papa Juan XXIII y al carismático presidente Kennedy y su bella esposa. Hasta Luz Marina Zuluaga debió refugiarse por unos días en la página social.
Los periódicos de la época, impresos en tortuosos y fascinantes linotipos, mostraban al astronauta en blanco y negro, borroso por la precariedad de la transmisión del teletipo. Pero como entonces se veía más con la imaginación que con los ojos, la imagen fue suficiente para admirar la hazaña.
Las agencias noticiosas rusas hacían fieros a los gringos, porque los soviéticos habían ganado la segunda etapa de la carrera espacial, la parte amable de la Guerra Fría entre occidente y oriente. Con su habilidad para no decir, ocultaron que el pobre Yuri durante el reingreso a la atmósfera casi se asa como un pollo, dando vueltas, y aterrizó en medio de la nada, lejos del lugar elegido, donde casi mata de un susto a una camarada campesina y su hija.
La noticia provocó sensaciones encontradas en Manizales, pues los ánimos se dividieron entre la admiración momentánea y el miedo acumulado hacia el ajeno ‘enemigo’ triunfante. ¡Ahora sí se iban a entrar los rusos! se santiguaban las beatas. Imaginaban la catedral transformada en politburó local, el Palacio Arzobispal en cuartel de la KGB y suprimidos los clubes Manizales, Los Andes y Campestre. Hasta la democrática Peña Taurina quedaría con matrícula condicional.
El par de estudiantes que se habían dejado crecer la barba, eran sospechosos de espiar para Fidel Castro, quien enviaría la razón a Kruschev. Lo peor de todo: con seguridad el próximo alcalde sería Pachón, único comunista en kilómetros a la redonda. Su pequeña pero bien surtida venta de libros, era un bastión izquierdista clavado en el alma conservadora, en plena carrera 23, entre calles 26 y 27. Quedaba frente a la cotizada fuente de soda ‘Dominó’ y el almacén ‘Van Raalte’, donde únicamente atendían a señoras que demostraran limpieza de sangre. (Menos mal Albeiro Valencia todavía no pensaba en estudiar historia en Moscú, porque lo hubieran deportado para la godísma Neira, a pensar en “hacer algo que dé plata”).
Por fortuna, se impuso la admiración. Hasta los grandes caficultores dejaron de contar granos e imaginar dólares, para levantar la mirada al cielo. Algunos vieron por primera vez el Nevado del Ruiz. Incluso, antes de que Kennedy tranquilizara a todo el hemisferio occidental, ya la gente decía: “Qué carajos, es preferible que los soviéticos se encaramen a la nada, a que dejen caer una bomba atómica sobre el barrio Estrella”.
Fue el comienzo de un octenio fastuoso, hasta la llegada del hombre a la Luna en 1969. Lástima que las palabras de Yuri Gagarin al ver la Tierra desde el espacio, cayeran al vacío: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”.
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Coletilla: otro 12 de abril, pero de 1539, nació en Cuzco, Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, ‘Príncipe de los escritores del Nuevo Mundo’ y primer gran exponente de la cultura mestiza indoamericana. Lo engendró el español Sebastián Garcilaso de la Vega, quien proclamaba ser noble, como todos los coterráneos suyos que vinieron a depredar estas tierras. Y lo alumbró la ñusta o princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, sobrina del Inca Huayna Cápac, antepenúltimo emperador del Tahuantinsuyo. Queda comprobada la nobleza por línea materna.
El Inca Garcilaso describió magistralmente aspectos históricos, culturales y políticos del imperio incaico. La Corona española prohibió el libro en América, pues involuntariamente pone en evidencia lo que destruyeron sus sanguinarios súbditos. Debería ser de obligatoria lectura en los colegios.
El primer autor americano falleció en abril 23 de 1616, tres días después de Cervantes y Shakespeare. Hasta por eso lo ningunean en estos países tan faltos de identidad.
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