Un día para que termine el 2017. Año largo este, sin ser bisiesto. Y a pesar de que tenemos afán de que llegue la medianoche del 31 de diciembre para que se acabe esta vaina, nos pasamos los últimos días haciendo lo imposible para poder quedar al día con el año que termina. Corremos para hacer vueltas y saldar deudas. Corremos a hacer las últimas compras antes de las alzas. Y mañana, a las 6:00 de la tarde, habrá que salir de afán al mercado o la calle porque olvidamos las doce uvas, las espigas y los cucos amarillos. Como diría el desafortunado presidente venezolano Nicolás Maduro, nos la pasamos estirando hasta el último “milímetro de segundo”.
Un día para que termine el 2017. En mayo no veía la hora de que el año llegara a su fin, pero los minutos se dilataban hasta el desespero, como si fueran administrados por un abogado colombiano. Hoy parece que todo se acelera y nada rinde. Entonces surgen fuerzas antagónicas que evitan que las cosas se puedan hacer. Al afán que tenemos todos de ir a algún lado y en la misma dirección, surge la lentitud del tráfico de los apurados. Una vuelta son mil vueltas y la distancia más corta entre dos puntos no es una línea recta. La geometría euclidiana se va al carajo y la geodésica también se trastorna por nuestra topografía. A eso se suman los arreglos viales que siempre se hacen en Manizales a fin de año; una tradición tan decembrina como los buñuelos y los muñecos de año viejo.
Un día para que termine el 2017. Y lo único que parece alargarse por eternidades durante estos días es la más reciente película de la saga de La guerra de las galaxias.
Un día para que termine el 2017. Fue mi “año sabático”, dedicado al hogar, a mi hija y a escribir. A viajar, conocer y vivir en otro país. Desafortunadamente no pagan por ninguna de esas cosas. Tampoco cotizan para pensión. Las amas de casa estamos desprotegidas. Leo las páginas económicas de los periódicos y no entro en ninguno de los indicadores. Para los analistas de productividad y algunos políticos, perdí el año. A ellos les digo que coman mierda.
Un día para que termine el 2017. Un año que al leer los periódicos y ver los noticieros fue un déjà vu constante de nombres: Odebrecht, Ñoños, Mussa, Néstor Humberto, Gustavo Moreno, Uribe… Se echan en una licuadora y sale un batido nauseabundo. Uno que debemos tomarnos para intentar comprender la realidad nacional y tratar de evitar que se repitan las mismas situaciones. Como quien toma aceite de ricino para alejar algunos males.
Un día para que termine el 2017. El 2018 no pinta mejor que el anterior. El 2017 se hizo larguísimo porque pareció una extensión del 2016 en cuanto a la polarización nacional causada por unos gamonales partidistas. Esas rencillas empataron con las campañas políticas, que siguen por los próximos meses hasta las elecciones al Congreso y la presidencia, y se extenderán en lo que después llamarán oposición. Un fastidio.
Un día para que termine el 2017. Se acabó esto, pero el tiempo como lo conocemos es relativo. Mañana celebramos el fin de año porque así se estableció en 1582, cuando el actual calendario gregoriano sustituyó al juliano (que se usó por 15 siglos). Y el juliano había sustituido al calendario romano, que se basaba en la Luna, duraba unos diez meses y arrancaba en marzo. Si le da guayabo y llora por tener que cambiar el almanaque, piense en China. El país más poblado del mundo continúa como si nada, pues ellos celebran su año nuevo el próximo 16 de febrero. Además van para el año 4716. Y los musulmanes van para el 1439, los hindúes para 1940 y los judíos para 5778.
Un día para que termine el 2017. Y nos da esa tristeza de fin de año… como si de verdad se acabara. Llega a su fin, tal vez, para efectos fiscales. Para que se ajusten tarifas y nos claven nuevos impuestos.
Un día para que termine el 2017. En dos días arranca esto de nuevo, para que todo siga igual.
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