El reciente informe de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU (SDSN) indica que los colombianos llevamos años viviendo en el engaño. Por cerca de una década, diferentes reportes anuales señalaron que Colombia era el país más feliz del mundo. O al menos estaba en el top 10.
Decían que esto se debía a que somos un país tropical con alma Caribe. Que era por nuestro empuje. Por la belleza de nuestras mujeres. Por nuestro sentido del humor. Por nuestra biodiversidad y riqueza cultural… Nos creíamos unas marimondas en pleno carnaval, pero la SDSN nos puso en nuestro lugar: 36 de 155 naciones analizadas.
Los anteriores “estudios” fueron puro cuento. Ser un país caribeño, por ejemplo, no es aval de dicha; Haití está en el puesto 145. Y Noruega, que es el país más feliz del mundo, tiene un pie en el círculo polar Ártico.
Para estos expertos de las Naciones Unidas, la felicidad de una nación se sustenta en la capacidad de cuidar a su población. Que se garantice la “libertad, generosidad, honestidad, salud, ingresos y buena gobernanza”. Nada de eso tiene Colombia por estos días. Somos presos de un sistema corrupto y poco generoso. Desigual a rabiar y donde los derechos fundamentales se negocian.
Ahora solo falta que los anteriores estudios que nos ubicaban en los primeros lugares de los países más felices del mundo los hayan pagado los de Odebrecht.
Además, a futuro no parece que los colombianos vayamos a ser más felices. Basta con ver a quienes por estos días promueven una marcha contra la corrupción. La lideran el exprocurador, Alejandro Ordóñez, destituido por desconocer el artículo 126 de la Constitución “que consagra una prohibición que acarrea la nulidad del acto de elección, nombramiento o postulación de un funcionario que hubiere designado a sus electores, postulantes o familiares cercanos, en cargo que le corresponde proveer”, dijo el vicepresidente del Consejo de Estado, Jorge Octavio Ramírez. O sea, nepotismo y pago de favores.
También por el expresidente y hoy senador, Álvaro Uribe, quien se justifica diciendo que se “autoengañó” cuando le demuestran que los “buenos muchachos” de su gobierno eran igual de corruptos a los de Juan Manuel Santos. Con el agravante de que algunos de ellos además los procesaron por asesinos y aliados de los paramilitares.
Son cínicos, los infelices estos, y sus posiciones - radicales y tendenciosas - nos alejan de los objetivos de la SDSN. Se presentan como salvadores, cuando no son más que voces que se suman al coro de personajes que con sus actos hunden cada vez más al país.
Aquí lo único que parece desarrollarse de manera sostenible es la hijueputez política. Y el evitar que el país progrese es lo que hace feliz a más de uno.
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