Los colombianos tenemos mañana la posibilidad de votar la consulta anticorrupción y, como en cuanta elección o plebiscito he apoyado, ya me estoy preparando para perder. Para que esta propuesta se caiga por no superar el umbral (12 millones 140 mil personas) o que las preguntas no superen los 6 millones 70 mil votos positivos para ser efectivas.
No estoy siendo negativo sino realista. Ya sufrió los embates del mezquino, oportunista y voltearepas Centro Democrático. La tachan de ser una consulta “baladí” y tal vez prefieran irse mañana a misa y rezar por esa “economía cristiana” que promete el Ubérrimo Mesías, que votar en su contra. También dicen que es la forma de medir el poder político de Claudia López para su posible campaña a la Alcaldía de Bogotá o la presidencia en el 2022.
Es cierta, sin embargo, la posición de algunos críticos al calificar el comicio de inútil, porque ¿quién no va a querer que se acabe la corrupción en el Congreso? Pero la situación es tan crítica y podrida que a esto tenemos que llegar. Esa es Colombia: toca votar contra los torcidos, por un país en paz (y pierde la paz) y en las hojas de vida toca poner que uno es “honesto”. No faltará quien diga que no votará porque no le dieron tamal o porque no le van a dar certificado que le permita sacar medio día libre compensado en el trabajo. Ambas formas de soborno al electorado.
Y bueno, digamos que la gente sale mañana a votar y se alcanza el umbral. Y que en los siete puntos del plebiscito gana el Sí. Entonces lo allí elegido pasará al Congreso donde se discutirá y votará para que se conviertan en leyes. Ahí es lo que el senador Jorge Enrique Robledo llama “pasar del lenguaje político al lenguaje legal”. Es transformar esas siete sencillas y claras preguntas del tarjetón en un texto críptico e intrincado, manoseado por intereses varios, donde las palabras se tergiversan para meter micos; para hacer la trampa y favorecer a algunos.
Lo de mañana es el primer paso de un largo camino sinuoso donde la consulta anticorrupción se puede corromper. No, no es un chiste. Lo que mañana votemos pasará a manos de lo que Transparencia Internacional y el Barómetro Global de Corrupción reseñó el año pasado como la institución más corrupta de Colombia: el Congreso. Basta ver cómo en las últimas semanas algunos representantes se echaron para atrás en su apoyo a la consulta, a pesar de que la mayoría del Senado la aprobó en junio pasado.
Este plebiscito está lleno de buenos propósitos y los colombianos debemos, mañana, salir y apoyarlo. Debemos demostrarles a los congresistas, al menos en las urnas, que estamos mamados de sus métodos. Que sea un esfuerzo para cambiar esa situación de mierda. No obstante, de alcanzar el umbral, será una victoria pírrica, pues si algo nos han enseñado los políticos es que perder es cuestión de método.
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No entiendo. Si el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, le quita ceros a su moneda para inventarse un “novedoso” método económico para luchar contra la hiperinflación y aumenta por decreto el salario mínimo, dicen que esas son evidencias de un gobierno populista y desesperado de un país inviable. Pero si el senador Álvaro Uribe propone un “aumento extraordinario” del salario mínimo en Colombia, para Bruce Mac Master, presidente de la Andi, la idea es “interesante”. Y si en el Ministerio de Hacienda plantea quitarle tres ceros al peso, para los comerciantes y el Banco de la República es algo positivo y moderno. Son síntomas de que Colombia es un país progresista, sin importar que el cambio de la moneda cueste unos $800 mil millones y que la idea del expresidente conlleve al incremento “del costo de las prestaciones sociales, vacaciones, indemnizaciones y aportes al sistema de seguridad social”, según dijo a La FM el abogado especialista en el tema Juan Manuel Guerrero.
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