Mañana los chilenos elegirán, entre el expresidente Sebastián Piñera y el periodista Alejandro Guillier, por quién tomará las riendas de ese país. Una campaña presidencial que, según los analistas políticos, ha sido la más sosa y carente de contenido desde que se restableció la democracia hace ya 17 años.
Señalan que los debates fueron encuentros entre un gritón (Piñera) y un sordo (Guillier). “¡Qué fome (aburrida) es la política chilena!”, me dijeron durante una cena, “en Colombia debe ser mejor, po; allá pasan cosas más serias”. Entonces se me hizo un nudo en el estómago.
En Colombia suceden muchas cosas, todas bien serias, pero que no tomamos en serio: los asesinatos de líderes sociales, por ejemplo. El peligro que corren el Páramo de Santurbán o Caño Cristales por la explotación minera y petrolera. El incremento del narcotráfico y los cultivos ilícitos. La corrupción a todo nivel…
Pero, con qué cara le dice uno a un ciudadano de otro país, que en un país donde suceden cosas graves y que el ajedrez político es complicado, haya debates electorales en los que a los opcionados les preguntan la talla de Crocs del líder del partido. O cuantos pares de estos zapatos tiene. O los nombres de sus caballos y nietos.
Cómo explicar que el tema coyuntural en este momento es la lucha contra la corrupción, pero que el candidato favorito de muchos, Germán Vargas Lleras, recogió más firmas que las que hay en el censo electoral en algunos departamentos, para poder postularse a la presidencia.
Cómo discurrir que la alianza de los partidos de centro izquierda está pegada con babas. Que sus quejas, discusiones, vanidades, señalamientos, explicaciones y disculpas parecen esa canción de Pimpinela llamada Olvídame y pega la vuelta.
De qué manera justificar que de un día para otro dejamos de cuestionar las listas de candidatos corruptos al Congreso de la República, a meternos en el discurso políticamente correcto. Y todo porque a un juez le dio que porque debemos usar lenguaje inclemente y de ahora en adelante debemos referirnos de “todos y todas”.
Entonces uno trata de argumentarle esto a otra persona ajena a nuestra realidad y se siente explicando un mal chiste. Se siente ridículo. Porque estos hechos absurdos son burlas a la democracia; insultos al derecho de querer un país mejor.
De solo pensar en los posibles presidentes de Colombia, se me vuelve a hacer un nudo en el estómago. Detrás del elegido habrá un gabinete de ministros que no sabrá de temas serios, pero sí de tallas de suecos plásticos, de exposiciones equinas, de cómo manipular el censo electoral, de cómo “pegarse la vuelta”, de perpetrar la corrupción política en cuerpo ajeno… y, para colmo de males, obligado a hablar con lenguaje incluyente.
“Millones y millonas” de colombianos lo padeceremos. ¡Qué fome!
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