Hace un año, 17 personas murieron sepultadas por el lodo en diferentes barrios, luego de un derrumbe causado por el aguacero más intenso registrado en Manizales en los últimos tiempos. Una vez más se encendieron las alarmas, nos fijamos en las laderas, se activaron protocolos de emergencia, se pidieron ayudas al gobierno nacional, se lloraron a los muertos… pero tan pronto salió el sol, nos olvidamos de lo que pasó.
Porque así como las temporadas de lluvias y calor son cíclicas en nuestra región, lo son las calamidades. Un reporte de 2017 de la revista Semana (https://bit.ly/2oAQPGB) indica que en los últimos 30 años las tragedias invernales en Manizales llevan una saldo de 161 muertos. Lo más triste es que, según los expertos consultados, estos hechos se habrían podido evitar.
Pero la amnesia nos llega cuando vuelve el calor y empezamos a ver en nuestras montañas potenciales lotes para construir. Olvidamos que, semanas antes, en sectores como el Cerro de Oro, el Alto del Perro, la Avenida Alberto Mendoza, el barrio La Francia y la Ruta 30, las laderas se venían abajo con una llovizna. Y los constructores, esos eternos optimistas, arman sus proyectos en estos cerros. Piensan más en la vista de sus edificios, las zonas verdes de sus casas y en los dividendos que estos les dejarán, que en el potencial peligro que representa construir en estos sitios.
Esta semana aparecieron unas enormes grietas en la ladera del Cerro de Oro que da contra Expoferias. Y una cárcava se formó en uno de los lados del Cerro Sancancio que, al paso que va, pronto dejará de ser un obstáculo natural para el aeropuerto La Nubia. Ante estos hechos, las autoridades encendieron las alarmas. En el Cerro de Oro, removerán toneladas de tierra y levantarán muros dignos de los terraplenes de Aerocafé. Trabajos que, según el alcalde José Octavio Cardona, costarán unos $600 mil millones, incluyendo las obras en los otros 319 lugares que hay en la ciudad que se ven afectados con las lluvias.
Este dineral se lo podrían ahorrar las autoridades municipales si, por alguna vez en la vida, le prestan atención a quienes saben del tema. A profesores como Gonzalo Duque Escobar u Ómar Darío Cardona. Expertos que en las páginas de este diario han denunciado y explicado muchas veces los peligros de construir en estas zonas. Que defienden el uso racional del suelo, la protección de cuencas y bosques y, lo más importante, piden la elaboración de un Plan de Ordenamiento Territorial (POT) que obedezca a las necesidades y urgencias de la ciudad. No uno que favorezca los intereses de los constructores y sus socios.
Entonces, podemos apretar la nalga cada vez que llueve y después gastar millones en levantar muros de concreto hasta convertir a Manizales en una ciudad sobre un pedestal. O podemos planearla en armonía con el entorno. El caso está sobrediagnosticado y la solución está en el POT.
Las autoridades deben dejar de pensar en los días soleados y frenar la voracidad de ciertos proyectos que socavan la montaña y acaban los bosques. Sí, pueden ser edificios y barrios muy bonitos, pero tras un aguacero se pueden convertir en bóvedas de cementerio. No olvidemos, son 161 muertos y contando.
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