La renuncia del expresidente Álvaro Uribe a su curul como senador tiene a más de uno corriendo como gallina sin cabeza. No solo a sus seguidores sino a sus detractores. Los primeros porque no saben qué harán sin él dirigiéndolos de modo presencial en el Congreso (hasta ellos mismos saben cómo se comportan cuando Papá Ubérrimo no está) y los segundos porque están buscando -como chimpancé que despulga a otro- cuanto truco, argucia o intención hay detrás de esta decisión.
Todo lo que rodea esta renuncia y sus causas van de lo macabro a lo absurdo. A Uribe lo llamó a indagatoria la Corte Suprema de Justicia, que lo investiga por los delitos de soborno y fraude procesal. En otras palabras, por manipular testigos con el fin de que testifiquen o se retracten de sus versiones para afectar a sus opositores políticos, en este caso el senador Iván Cepeda.
Es macabro porque los testigos son paramilitares que señalan al líder del Centro Democrático y a su hermano, Santiago Uribe, de ser parte de los creadores del Bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá. Grupo culpable de la masacre de El Aro en la que, según Verdad Abierta, torturaron y mataron a 17 personas, quemaron 42 casas, se robaron mil 200 reses y expulsaron del pueblo a 702 habitantes. Solo una de las tantas atrocidades que cometieron entre 1997 y el 2004.
Es macabro porque a los testigos los están matando o hay amenazas de muerte en su contra a pesar de encontrarse recluidos y “protegidos” por el Inpec y la Fiscalía.
Es truculento porque dicen que la decisión de la renuncia de Uribe es para no enfrentar a la Corte Suprema -a la que el expresidente acusó de maquinar complots en su contra- y encarar este proceso como un ciudadano ante la justicia ordinaria. O sea, ante la Fiscalía, a la que Uribe trató de “hijueputa”. Alegan que es una estrategia para dilatar el proceso; para darle tiempo a su pupilo, el presidente electo Iván Duque, de tomar posesión del cargo y poner en marcha su propuesta de unificar las cortes. Ya Duque salió en defensa de su “presidente eterno” y dijo ante los medios que la “honorabilidad e inocencia” de Uribe “prevalecerán”.
Y es absurdo porque en qué momento un Jefe de Estado como Juan Manuel Santos debe aclarar que “no es cierto que esté confabulado con la agencia de James Bond”. ¡James Bond! ¡El espía británico 007! ¡Un personaje de ficción sacado de la literatura de Ian Fleming y las películas producidas por Albert Broccoli!
Es cierto que existe la poderosa agencia británica de inteligencia MI6, pero de ahí a creer que tienen a Bond infiltrándose en las cárceles colombianas para poner cámaras en los relojes de los testigos para espiarlos hay bastante trecho. Es como pensar que en la Operación Jaque no participaron militares colombianos sino el equipo de IMF, los de Misión Imposible; o Los Magníficos, con Hannibal Smith a la cabeza.
Quien crea que para entrar cámaras y grabadoras a una cárcel colombiana se necesitan agentes británicos con licencias para matar, olvida la facilidad con las que algunos presos arman parrandas con conjuntos vallenatos, prostitutas, cocineros que preparan platos con langosta y caviar traídos del extranjero, y litros y litros de whisky.
La actual situación política dejará como gran damnificada a la justicia, sin importar si es la Fiscalía o la Corte quien investigue al expresidente. Porque si falla a favor de Uribe, la oposición dirá que hubo manipulación, corrupción y demás; si falla en contra, los uribistas los acusarán de enmermelados y apátridas. Y, una vez más, el país se polarizará.
Finalmente quien sacará provecho de esto será el expresidente Uribe, el único que se ha beneficiado con tener una Colombia dividida. Entre quienes lo ven como un mártir y quienes lo ven como un déspota. Contrario a como le gusta a Bond su famoso dry martini, Uribe prefiere un país “agitado, no mezclado”. Un cóctel que lo tiene borracho de poder.
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