En Colombia tenemos el hábito de llamar “macondiano” a todo evento increíble pero auténtico, real. Como ver una nube de mariposas amarillas o los clavos saliéndose de la madera al paso del poderoso imán de un gitano. Pero quienes usan este calificativo para referirse a los hechos de las últimas semanas en el país - la prohibición del sexo a mediodía en Santa Marta o que el presidente del Senado pida que se investiguen a los chamanes por el vendaval ocurrido durante la posesión presidencial - están errados. Esto no es propio de Macondo y su “realismo mágico”, es simple y llana estupidez.
Hace rato Colombia dejó de ser ese pueblo surreal creado por Gabriel García Márquez. Ahora es más como ese conjunto de islas y países inventados por Jonathan Swift en su novela Los viajes de Gulliver.
Esta semana, tres expresidentes - Gaviria, Pastrana y Uribe - se reunieron para prometer “reconciliación” y apoyar al presidente Iván Duque para sacar el país adelante (cuando es obvio para muchos que lo que buscaban era elegir un Contralor que los proteja de sus pecados). ¡Cínicos! Ellos, que se pasaron el último cuatrienio poniéndole palos a la rueda de la paz. Ellos, que usaron su capital político para dividir el país. Ellos, que dicen querer la paz, pero a su manera, y por eso están dispuestos a irse a la guerra.
Son como Lilliput y Blefuscu, inmersos en una disputa porque no se ponen de acuerdo en cómo pelar los huevos duros. Su ética y moral no supera la altura de un liliputiense, y muchas de las ratas que les cargan las maletas y les hacen favores en el Congreso son como las de Brobdingnag: del tamaño de un perro y con colas de dos yardas.
Además, solo un hijo de Laputa puede ser tan tonto como el senador Ernesto Macías. Sus declaraciones en La W Radio, en las que cree posible que unos brujos enviaron un ventarrón como “no lo habíamos sentido” para aguar la fiesta de posesión de Duque, solo demuestra que quien preside el Congreso es un imbécil supersticioso.
Ya sabemos por qué se opone a que a los congresistas les bajen el sueldo, pues según él “el congresista es el que más gasta plata en su trabajo”. Si, seguro. Sobre todo si se le va pagando pitonisas y cazafantasmas.
Según el libro de Swift, los habitantes de Laputa viven por encima de los demás. Levitan y humillan a quienes no están en su nivel. Sin embargo, no saben emplear sus conocimientos con fines prácticos. Cuando hablan meten la pata (como Macías o María Fernanda Cabal) y por eso deben ir acompañados por un "golpeador" que les indica cuando abrir la boca, cuando escuchar y cuando callar.
Si el paralelo no es suficiente, el ser más “brillante” es el houyhnhnms. Un caballo que habla y tiene control de unos humanoides carentes de nivel intelectual y bastante agresivos llamados yahoos.
Si García Márquez condenó a Macondo a cien años de soledad, nuestros políticos y sus estrategias no están condenando a 330 de ignorancia (como lo estableció la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y expliqué en este espacio hace una semana). Por mezquinos y orgullosos, como los tres cínicos expresidentes. Por pusilánimes y tramposos, como Macías, que abusan de su posición para saltarse las reglas y pasarse por la faja la meritocracia con tal de favorecer a quien su patrón (o potro) diga. Ya lo decía Swift: “La ambición lleva a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse”.
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