Comienzo por manifestar que no hago parte de los buenos ni de los malos, gastado y peligroso señalamiento con el cual se ha hecho mucho daño, encendiendo hogueras, sembrando odios, rencores y venganzas, polarizando un país enfermo de violencia; soy simplemente una ciudadana que ama entrañablemente a Colombia, me desvela, me entristece hasta las lágrimas, casi comprometiendo mi calidad de vida al pensar que dentro de ese marco de violencia que siempre nos ha definido, pasemos de las palabras a los hechos, devolviéndonos a épocas nefastas de nuestro sangriento acontecer, donde se mataba a quien llevara una corbata roja o manifestara ser integrante de un Conservatorio de música; es el riesgo que estamos afrontando sin que los irresponsables promotores se sientan aludidos. Me pregunto, o no han sufrido los avatares de la cruel violencia o desconocen nuestra historia.
Se dice que la gratitud es la memoria del corazón, por ello, e independiente de sentir una sincera e inquebrantable admiración por el señor presidente Santos, es de justicia reconocer y agradecer a quien con talante de gran caballero y auténtico estadista, siempre instó a los colombianos a deponer odios buscando ante todo la unidad del país; fue árbitro respetuoso para dirimir los enconados y permanentes embates de una oposición irracional, feroz, destructiva y visceral que condujo irremediablemente a los colombianos a dejar de mirarse como hermanos.
Muchos logros acompañan el balance de su gobierno, otros tantos no se alcanzaron, él mismo lo admitió con gallardía en su alocución del 20 de julio en la instalación del Congreso de la República, resultó conmovedor el que restara toda importancia a los índices de su popularidad y diera relevancia a las vidas que se han salvado.
Como ignorar que desde la firma del acuerdo ha habido 5.000 muertos menos en Colombia, hospitales militares que no daban abasto con heridos y mutilados ya no muestran tan doloroso cuadro; poner fin a 52 años de guerra representó 8.000 subversivos desarmados y desmovilizados que dejaron de sembrar minas antipersonas, de derrumbar torres de energía, de desplazar campesinos, de perpetrar masacres; cuadros desgarradores que los detractores de la paz, aquellos que siempre la han obstaculizado y pronosticaron “hacerla trizas”, solo miraban impasibles desde la mullida poltrona del salón de televisión, claro, esa sangre derramada era ajena.
Como no hacer honrosa mención de ese hombre inmenso, serio, amplio conocedor de la vida pública colombiana, con talla de estadista como el doctor Humberto de la Calle, integrante de lujo del equipo negociador que con patriotismo y desmedro de su vida familiar y tranquilidad personal, logró el objetivo; su grandeza queda demostrada al continuar haciendo pedagogía al arduo trabajo de la paz.
En el foro internacional “El estado del Estado” celebrado en abril en Bogotá, el señor presidente Santos culminó su discurso expresando “Al nuevo capitán, quienquiera que sea, todos debemos desearle buen viento y buena mar”. Las palabras expresan lo que dicta un corazón noble. Gracias presidente Santos.
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