Katherine Largo y Yamir Guevara querían dedicarse a la docencia. Eran novios, estaban jóvenes y vivían en Riosucio. En marzo de este año esperaban transporte en el parque de La Candelaria cuando, por un vendaval, les cayó una palmera encima y los mató.
En El Aguacatal, también en Riosucio, en la madrugada del 1 de octubre de 2000 murieron los esposos Guillermo Castañeda y María Lina Ceballos, cuando en medio de un aguacero un derrumbe sepultó la habitación en la que dormían. Dejaron huérfanos a sus tres hijos pequeños, que descansaban en el cuarto contiguo.
Héctor Urrea y Blanca Nieves Ocampo decidieron vivir juntos en agosto de 2015. Apenas empezaban su relación cuando a comienzos de noviembre un deslizamiento de tierra los sepultó dentro de su finca, en la vereda La Sombra Baja, de Samaná.
La víspera de la Navidad de 2011 un alud tapó dos viviendas del resguardo indígena de San Lorenzo. Allí murieron 9 personas, entre ellas los niños de la familia Rojas: Sara Melisa, Yessica Fernanda y Edier, que tenían entre 2 y 13 años.
Las mellizas Salomé y Valentina López tenían 4 años. Ellas, junto con su primita Estefanía, de 6, murieron en enero de 2017 cuando una casa del sector La Cuchilla, en Neira, se vino abajo durante la madrugada. La noche anterior había caído un muy fuerte aguacero.
En septiembre de 2010 un derrumbe en Morro Azul, en Anserma, ocasionado también por el invierno, tumbó la casa en donde vivía el niño Andrés Felipe Rendón de 4 años, junto a sus padres y un tío. Todos murieron.
Johana Rendón Zuluaga, de 9 años de edad, falleció en agosto de 1998 al ser sepultada por un alud de tierra que tapó su casa, en el Sacatín, en Manizales.
El 19 de abril del año pasado murieron 17 personas en los barrios Persia y Aranjuez de Manizales, por los derrumbes que generó un diluvio pavoroso: en cinco horas cayó el agua que normalmente cae en un mes.
En diciembre de 1993 en el barrio La Carolita murieron cinco miembros de la familia Patiño Arcila: Carlos Arturo, Ángela Karina, Gloria Nancy, Ingrid Dayana y Luis Eduardo. Tenían entre 11 y 32 años.
En febrero de 1999 murieron Luis María Gil, Albeiro Aristizábal, José Olaya y Misael Lozano, cuando, como consecuencia del invierno, un alud de piedras y lodo sepultó dos volquetas en Puente Hierro, en Victoria.
Este jueves en el barrio Los Andes, de Marquetalia, un derrumbe provocado por las lluvias dejó 12 muertos, 46 personas afectadas y 16 familias evacuadas. Entre los fallecidos hay 4 niños; Violeta Xiomara Morales y los hermanitos Luciana, Camila y Alejandro Murillo González quienes murieron junto con sus papás.
No quise organizar estas historias en orden cronológico porque pienso que el tiempo es irrelevante. Hoy, hace un año o hace 50, en La Sultana, en San Fernando, en San Cayetano, el La Gruta, en Sabinas o en Petaqueros, en todos los municipios de Caldas, opera de manera repetitiva una causa de muerte que no está registrada en el lenguaje técnico de la medicina legal, pero existe: la muerte por aguacero.
Nadie tiene la culpa de que llueva. Agua cae en todas partes. Pero si algo diferencia al primer mundo del tercero son las consecuencias que dejan las lluvias. En algunas partes el agua solo moja. Por acá mata. Es cierto que tenemos una topografía muy quebrada y un clima tropical que dificulta predecir con exactitud cuánta lluvia caerá, en dónde y a qué horas. Pero también es cierto que todo lo relacionado con prevención de desastres exige inversiones cuantiosas que no siempre encuentran financiación oportuna y por eso los expertos en gestión del riesgo dicen que no es correcto hablar de desastres naturales, porque en muchos casos es la acción del hombre y no la naturaleza la que explica la magnitud o frecuencia de las tragedias.
El luto de esta semana en Marquetalia entristece no solo por las historias de las víctimas. Duele porque en este país y particularmente en este departamento, cada temporada invernal es una tragedia que cae a cuentagotas. Por desgracia sabemos que es solo cuestión de tiempo para volver a ver las imágenes repetidas que otra vez padecimos esta semana.
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