En la Semana Santa de 2012 viajé a Manizales y usé el Cable de Los Yarumos. Vi desde allí un fotogénico atardecer rosado, pero el placer se entrecortó por el susto: ese cable traqueaba como una matraca.
Lo inauguró el alcalde Jorge Eduardo Rojas el 9 de febrero, cuando llevaba algo más de un mes en el cargo que recibió de Juan Manuel Llano, en cuyo mandato se contrató la obra. El cable dejó de funcionar en abril, lo reabrieron en mayo y en agosto cerró definitivamente.
Esta semana el Tribunal Administrativo de Caldas dio dos meses de plazo a la Asociación Cable Aéreo para desmontar ese elefante blanco que podría desplomarse sobre cualquier transeúnte. Ver para creer porque con el Cable de Los Yarumos todas las historias son de Tongo le dio a Borundongo: se tiran la pelota de Manizales a Bogotá y al final no hay ni cable ni responsables: La Personería y la Contraloría de acá concluyeron veloces que nada pueden investigar ya que el lío, dicen ellos, no fue culpa de la Alcaldía sino de Fontur. En la Contraloría General de la República sí hay abierto un proceso de responsabilidad fiscal que no se mueve ni a paso paquidérmico: está acumulando polvo y tiempo hasta que en pocos meses se cumplan los cinco años para la caducidad de la acción fiscal.
Infimanizales aportó $3.500 millones para las estaciones y Fontur $2.750 para máquinas, góndolas y el cable que funcionó 5 meses. En 2016 un estudio indicó que arreglarlo costaría $2.175 millones. La aseguradora reconoció $97 millones de indemnización y lucro cesante. La total impunidad penal, fiscal y disciplinaria sobre este engendro pagado con sus impuestos y los míos simboliza que, como en tantas cosas, acá los ciudadanos quedamos como el cable: chilinguiando.