El Diccionario Oxford, el mismo que dijo que la palabra del año 2013 fue “selfie”, la de 2015 “emoji” y la de 2016 “posverdad” anunció que la palabra de 2017 es “youthquake”, que según el mismo diccionario se entiende como "un cambio cultural, político o social significativo surgido de las acciones o influencia de los jóvenes".
Explica el comunicado que anuncia la entronización de “youthquake” que el término fue muy usado en 2017 en el Reino Unido, donde hubo alta participación juvenil en las elecciones de junio, y que también estuvo de moda en septiembre en Nueva Zelanda, cuyas elecciones contaron con masiva participación juvenil. La BBC añade que 2017 fue el año del “youthquake” porque hubo un despertar político de los millennials.
“Youthquake” surge de unir “youth”, que significa “juventud” y “quake”, que significa “terremoto”, así que una traducción fácil sería la de “terremoto juvenil”. Según Wikipedia, que sabe sobre tantas cosas, la palabra la acuñó en 1965 Diana Vreeland, editora de la Revista Vogue, para referirse a la cultura juvenil que estaba cambiando la música y la moda en Londres y París, vaticinando lo que sería Mayo del 68, del que en cuatro meses celebraremos 50 años.
Pienso en los jóvenes de París del 68 que ahora rondan los 70 años, o en los millennials del Reino Unido y de Nueva Zelanda que en 2017 sacudieron las urnas y me pregunto ¿por qué allá sí y acá no? ¿por qué los millennial de allá viven un despertar político mientras a los de acá la política les produce un enorme bostezo?
Sé que generalizo (así como sé que esta columna tiene demasiadas palabras en inglés). Sé que en Colombia hay jóvenes que participan, que se interesan en las campañas y votan, pero son tan pocos que no alcanzan a provocar un “youthquake”: un terremoto juvenil en el campo político.
Un ejemplo fue la Ola Verde de 2010 que entusiasmó a tantos jóvenes. En abril de ese año las redes sociales indicaban que Antanas Mockus tenía una opción real para suceder a Álvaro Uribe. Pero llegó la hora de la elección presidencial y se comprobó lo que ya se sabe: los trinos no se traducen en votos y la ilusión de las encuestas se choca con la realidad de la maquinaria partidista y el conservadurismo colombiano. Poner muchos mensajes en Facebook, Twitter o Whatsapp no reemplaza el sufragio y la Ola Verde, que parecía un tsunami, se desinfló en las urnas.
Algo parecido ocurrió con el plebiscito por la paz de octubre de 2016. En una charla en la Universidad de Manizales, pocos días después del exiguo triunfo del “No” y cuando todavía había manifestaciones masivas en calles y plazas presionando un nuevo acuerdo con las Farc, la actriz Alejandra Borrero le dijo a un auditorio repleto de universitarios: “los jóvenes en realidad no han hecho nada por la paz. No votaron. Que marchen los que tienen certificado electoral”.
¿Por qué en 2017 hubo un “youthquake” en Reino Unido y en Nueva Zelanda? El Brexit, que fue el triunfo de las mentes más ortodoxas y reaccionarias, generó un rechazo de los jóvenes, los universitarios, la población más liberal e ilustrada, que logró frenar a los conservadores en las urnas. En Nueva Zelanda el entusiasmo político se explica por Jacinta Ardern, la nueva primera ministra de 37 años, a quien en campaña le preguntaron si pensaba tener hijos y respondió que era inaceptable que en pleno Siglo XXI el empleo de una mujer estuviera limitado por asuntos como la licencia de maternidad.
Leo sobre el “youthquake” desde Manizales ciudad universitaria y me ilusiono. Si queremos una política distinta, renovada, se necesitan nuevos votantes que participen y apoyen opciones diferentes a las de la política tradicional en las elecciones de Congreso y Presidente. Pienso que el “No” fue nuestro Brexit y que un buen motivo para votar es impedir que vuelvan trizas los acuerdos con las Farc. Además, no tenemos a una Jacinta Ardern, pero entre tanto candidato, con seguridad hay gente que plantea cosas interesantes.
Sin embargo mi ilusión de un terremoto juvenil aterriza con la realidad local: nuestro debate electoral consiste en anunciar que el candidato X demandará al candidato Y por calumnia; que la lluvia de egos impide una coalición; que candidatos inhabilitados participan en cuerpo ajeno, con aspirantes títeres; que hubo demasiadas firmas chuecas y poca claridad en la financiación de la recolección de los apoyos; que fulano, desconocido candidato quemado al concejo o la asamblea, adhirió a la campaña de zutano; que otro fulano, de un partido cualquiera, sigue siendo de ese partido pero ahora milita en la facción contraria y bla bla bla… Me siento millennial: esa política, esa minucia de microempresa electorera, a mí también me produce un enorme bostezo.
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