Dice Wikipedia que Berlín es el centro mundial del shoefiti, palabra que nació de sumar shoe (zapato) y grafitti. El término no se usa acá pero lo que nombra sí: zapatos colgando de cables urbanos.
Hace poco mi hija preguntó si la gente cuelga los zapatos para que se sequen. Le expliqué que no, que son una señal y ella, con sus 5 años, me mostró cómo empieza a leer la ciudad: “¿señal de algo malo?”. Los zapatos colgantes indican sitios de distribución o consumo de drogas, o fronteras invisibles entre pandillas, responde Wikipedia.
Paso a diario por la Avenida Marcelino Palacios. A veces un balón escapa de la cancha en la que por las tardes se reúnen decenas de jóvenes de la comuna San José. Más debajo de la cancha hay un cable que atraviesa la vía. Antes tenía 5 pares de zapatos colgantes, luego fueron 9, ya son 15: tenis, botines, chanclas, de niño…
Es positivo que después de tantos años, hace dos semanas por fin hayan entregado otros 108 apartamentos para los desplazados urbanos del Macroproyecto San José, del que poco se habla ahora porque aún no estamos en campaña. Pero recuerdo que el proyecto prometido hace 10 años incluía inversiones por $630.000 millones en 110 hectáreas para vivienda, comercio, instituciones públicas y parques, 1.550 apartamentos para familias de zonas en riesgo y otros 2.800 apartamentos de interés prioritario. Comparo esa promesa inicial frente a lo que hay hoy, o mejor, frente a lo que no hay, y pienso que esos zapatos colgantes, que cada vez son más (el Parque Liborio también tiene muchos) sí señalan una frontera invisible: la que existe entre las volátiles y aéreas promesas políticas y la aterrizada realidad del ciudadano de a pie.