“Al Niño Dios le estoy pidiendo paz. Este país tiene muchas cosas malas. Creo que no nos damos cuenta de que estamos en guerra y pienso que tenemos que aceptar que vivimos en medio de una guerra espantosa para poder empezar a cambiar esa situación”.
Eso me dijo hace 19 años Lina María Molina Vélez. En ese entonces yo era corresponsal de El Espectador y viajé con urgencia a Riosucio porque me avisaron que posiblemente las Farc liberarían a Lina María, una estudiante de 17 años que se había convertido en emblema nacional de la lucha contra el secuestro. En muchos noticieros salía su foto con el slogan “Lina María puede ser su hija”. La secuestraron cuando fue a encontrarse con los guerrilleros, entre Riosucio y Jardín, para pagar el rescate de su papá. Lo soltaron a él pero la dejaron a ella. Desde eso habían pasado ya 52 días.
Siempre asocio a Lina María con la Navidad. Recuerdo que en la noche de su retorno los vecinos hicieron la Novena de Aguinaldos y cantaron villancicos. El “ven no tardes tanto” se lo dedicaron a ella. Mucha gente se congregó en las afueras de su hogar a esperar la caravana que la traería de vuelta. Las casas tenían bombillitos de colores y adornos navideños. Alguien repartió natilla y buñuelos. Lo único que faltaba para tener una noche de paz era el regreso de Lina María, que finalmente llegó después de la media noche del 19 de diciembre de 1998.
Los Molina Vélez tuvieron una noche de paz, pero en 1998 todavía eran muchos los hogares que, como lo dijo Lina María a su regreso, sufrían cosas malas: centenares de soldados y policías secuestrados, miles de desplazados, extorsionados, muertos, mutilados y desaparecidos. En 1998 eran muchos los que le pedían paz al Niño Dios, y de hecho ese tema dirimió la elección presidencial de ese año: los diálogos entre Tirofijo y el entonces candidato Andrés Pastrana definieron la segunda vuelta presidencial. El país tenía un anhelo fuerte de paz y Pastrana canalizó ese deseo en diálogos que incluyeron despeje militar de una amplia zona del territorio colombiano.
Cuento esta historia que puede sonar remota porque oigo decir de manera repetitiva que 2017 fue un año malo y me pregunto ¿malo comparado con qué? Si los indicadores económicos se cruzan con los del año pasado, quizás sea cierto, pero si se recuerda lo que este país vivió hace menos de dos décadas, 2017 fue un año espectacular: la paz que en 1998, en 2002 y en 2006 se le pedía al Niño Dios es hoy una realidad.
No estoy diciendo que vivamos ahora en el país de las maravillas. Siguen matando líderes sociales y por supuesto es una desgracia, a la que se suma la ofensa del ministro de Defensa de insinuar que dichas muertes obedecen a líos de faldas y otros problemas personales. Sigue habiendo desempleo. Hay pobreza, narcotráfico, corrupción y una brecha enorme entre la vida en el campo y la ciudad. Falta inclusión. Todo esto significa que no han desaparecido lo que algunos llaman las causas estructurales de la violencia. Y sin embargo hoy Colombia es un país que respira paz. Con conflictos sí, pero que logró este año la entrega de armas y desmovilización de la guerrilla más antigua del continente, con lo que eso implica en la vida cotidiana de miles de colombianos, especialmente habitantes del campo y municipios pequeños.
Según el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos Cerac, son cerca de 3.000 las vidas que se han salvado después del proceso de paz con las Farc. De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas esa guerrilla entregó 7.132 fusiles y armas cortas y desmovilizó a 6.804 personas. La reducción de la violencia se siente no solo en las zonas en las que las Farc tenían incidencia: de acuerdo con Cerac, las muertes por balas perdidas han disminuido en un 35%.
Durante muchos años en este país diciembre significaba que los canales de televisión y las emisoras se llenaran de mensajes de los familiares deseándole a los secuestrados una Feliz Navidad. Eran tantos, en tantas partes, que se volvió una narrativa cotidiana: “Este es un mensaje para mi hijo, en donde quiera que se encuentre: hijo, lo extraño mucho, lo esperamos con amor. Tenga mucha fe hijito de mi alma. Feliz Navidad”.
Hace 19 años Lina María me decía: “Creo que no nos damos cuenta de que estamos en guerra”. Hoy creo que pasa todo lo contrario: creo no nos damos cuenta de que estamos en paz. Imperfecta, sí, pero paz. Así de acostumbrados estábamos a la guerra.
A todos los amables lectores les deseo una feliz Noche de Paz.
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