Hay un momento de las vacaciones parecido al síndrome de domingo por la tarde. Uno está desconectado del mundo laboral cuando súbitamente aparece la desazón de saber que el descanso terminará. Una amiga me contó que cada vez que viaja por carretera a la Costa piensa en el trayecto de ida: “qué pesar cuando estemos pasando por acá de regreso”. Todavía no ha ocurrido lo que teme pero anticipa la tusa, que sabe inevitable.
Eso me pasa con el gobierno Santos. Hace poco escribí dos columnas sobre Petro que me valieron todo tipo de improperios. Pues bien: curada de espantos haré algo que en estas tierras resulta aún más impopular que explicar un voto por la izquierda: confesaré mi tusa por el presidente.
Santos es un tipo difícil de defender. Es un delfín rolísimo, de esos de whisky y golf, que creen que lo que queda más allá de Chía es lo pintoresco y folclórico que cabe bajo el rótulo genérico de “tierra caliente”. El espacio rural que mejor conecta con su espíritu es una finca de lujo en Anapoima. Sale poco de Bogotá y cuando lo hace es a Londres, París o Washington. A Caldas, que pudo ser su laboratorio de paz, vino de vez en cuando. Sus viajes y los de sus ministros se concentraron en épocas preelectorales.
Y sin embargo este presidente bogocentrista que dijo que “el tal paro no existe” y juró sobre mármol no subir los impuestos que después subió, logró lo que sus antecesores no pudieron: firmó un acuerdo de paz con las Farc, que transformó la vida de miles de personas que viven lejos de Bogotá. Los resultados electorales muestran que muchas de las zonas en las que el conflicto armado se vivió con mayor crudeza son más afines a las políticas santistas que a las de sus oponentes. Un Hospital Militar sin soldados mutilados, reducir casi a cero las muertes por el conflicto armado y que el secuestro, las pescas milagrosas y las tomas a poblaciones casi hayan desaparecido son logros de este gobierno.
(Me dirán que matan líderes sociales. Sí y es inadmisible y escalofriante, pero no los matan las Farc sino los paramilitares que supuestamente se desmovilizaron en otro gobierno y que se financian del narcotráfico que seguirá existiendo mientras el negocio de las drogas esté prohibido. Aunque por supuesto el Estado tiene la obligación de proteger la vida y garantizar que no existan actores ilegales armados, del bando que sean).
A Santos le reconocen sus logros de paz pero mi tusa se extiende a otros ámbitos más invisibles: en el gobierno de Vivian Morales y Alejandro Ordóñez no será posible tener dos ministras lesbianas, como ocurrió en este. Un gesto político que se suma a otro que salió mal por la godarria de este país pero que es urgente: el intento por llevar a los colegios cartillas que enseñen a los niños temas de sexualidad y género, desde una óptica laica, independiente de la creencia religiosa que cada cual profese.
Extrañaré a Santos y a Alejandro Gaviria, quien se la jugó por temas de interés general en materia de salud pública como el impuesto a las bebidas azucaradas, la eutanasia, la dosis personal, la prohibición del asbesto que causa tantas muertes por cáncer (la del inolvidable profesor José Fernando Calle, por ejemplo) y los precios de algunos medicamentos esenciales. Su pelea fue con gigantes económicos como Ardila Lülle y algunas multinacionales farmacéuticas con enorme poder de lobby en el Congreso. Si no ganó todas las batallas fue por el tamaño de sus enemigos y por los intereses particulares que mueven a algunos congresistas.
Como me interesa la literatura, destaco que este gobierno compró o produjo y distribuyó, 20.200.000 libros en colegios y en las 1.484 bibliotecas de la Red Pública, de las cuales 210 fueron construidas y dotadas en estos ocho años, inversión que se reflejó en las buenas cifras de la última Encuesta Nacional de Lectura. Y a eso súmenle el apoyo estatal al cine nacional.
Para los que prefieren el cemento, este fue el gobierno de las vías de cuarta generación, la construcción de más de mil puentes y viaductos y la entrega de 100.000 viviendas gratis. Gratis significa regaladas, en un país en el que la política de vivienda se había limitado al UPAC y casas sin cuota inicial. Fue además un gobierno con cifras bajas de inflación y desempleo, manejo prudente de las relaciones exteriores, trato respetuoso a las altas cortes y sin escándalos de los hijos o parientes de la familia presidencial.
Pero más allá de logros puntuales, extrañaré el talante liberal en temas de derechos humanos y libertades individuales. En este gobierno algunas instituciones fueron por delante de la sociedad, jalonando discusiones o debates y tratando de desatrasar a la parte del país que sigue anclada en la Constitución del 86. Los más progresistas se quejarán de que me atreva a llamar “liberal” a un gobierno neoliberal. Temo que el próximo permitirá, por contraste, ver lo que tuvimos y ya no tendremos, al menos durante cuatro años. Y creo además que la impopularidad de Santos es un asunto temporal, que el tiempo y la historia se encargarán de corregir.
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