Pocos seres humanos tenemos tantos problemas de imagen como las madrastras. Desde antes de aprender a leer, muchos vimos a Blancanieves desmayada por morder la manzana envenenada que le dio su madrastra. O a Rapunzel, encerrada por su madrastra en una torre que parece una prisión. O a Cenicienta, tratada como esclava por la nueva esposa de su padre.
Yo fui madrastra antes de ser mamá. Cambié pañales, di teteros, leí cuentos, puse termómetros y lidié pataletas. Asumí funciones maternales con niñas pequeñas pero nunca pretendí ser su mamá. El rol de “la novia de papá” o “la esposa de papá” que es como usualmente se nos denomina (decir madrastra es como decir bruja) define muy claramente desde el lenguaje lo que la sociedad espera sobre cómo deben funcionar estas relaciones: como un vínculo afectivo mediado por la presencia de la pareja. Si la pareja se va, sus hijos también.
Y sin embargo los apegos crecen y el afecto tiene el poder de transformarlo todo, de romper moldes y crear familias diversas, ampliadas y felices. Las familias de los tuyos, los míos y los nuestros con hijastros, padrastros, hermanastros y árboles genealógicos difíciles de dibujar, son una realidad creciente en la sociedad contemporánea.
“Madre no hay sino una” es una frase que merece revisión. Desde el punto de vista biológico es posible que así sea, aunque queda para el debate el tema de los vientres de alquiler. Pero desde el punto de vista social y familiar, la maternidad es una función que por supuesto ejercen las mamás, pero en muchas ocasiones también las abuelas, tías, hermanas mayores e incluso “madres de crianza”. A veces también los papás, que deben actuar en el doble rol de papá y mamá.
Según cifras de 2014 del Observatorio de la Familia de Planeación Nacional “solo un 51% de la población en edad escolar vive con su madre y padre en el hogar, un 32% vive solo con su madre, un 4% solo con el padre, un 12% vive sin ninguno de sus padres y para un 2% no se cuenta con información de su padre o madre”. Otro estudio del mismo Observatorio señala que “mientras en 1993 el hogar biparental representaba casi las dos terceras partes del total de hogares, en el 2014 no llega a la tercera parte”. El Mapa Mundial de la Familia 2015, elaborado por Child Trends y Social Trends Institute, reveló que el 84% de los niños en Colombia nacen por fuera del matrimonio. Los “hijos naturales”, como se les denominaba despectivamente hace pocas décadas, son hoy lo natural en nuestro entorno.
Esta realidad de las familias diversas fue noticia esta semana. Así como a veces las secuencias de titulares nos vuelcan hacia el pesimismo (sigo en la plebitusa del Brexit+No+Trump), en otras ocasiones hay hechos aislados que al sumarlos permiten sonreír: el triunfo de Emmanuel Macron en Francia y el hundimiento del referendo discriminatorio de Vivian Morales, que irrespetuosamente presumía que hay familias de primera clase y de segunda, con mamás de primera y de segunda, son dos hechos que devuelven la confianza en las decisiones de los votantes y de los políticos.
A raíz de la elección de Macron los medios han repetido hasta el cansancio la historia de su vida marital: el presidente más joven de la historia de Francia tiene 39 años, los últimos 10 felizmente casado con Brigitte Trogneux, su antigua profesora de teatro. Ella tiene 64 años, 3 hijos de su primer matrimonio y 7 nietos que le dicen abuelo al nuevo presidente, quien no tiene hijos biológicos pero es padrastro y ha explicado que tiene hijos del corazón. “Una pareja fuera de lo normal pero una que existe al fin y al cabo”, dijo él el día de su boda.
Existe esa pareja como existen también miles de hogares sin papá, o sin mamá, o sin hijos, o con dos mamás o dos papás. Hogares en los que se le dice abuelo a quien no tuvo hijos, o se tratan como hermanos personas que no tienen el mismo apellido. Porque más allá de los vínculos de consanguinidad, son los lazos afectivos los que definen una familia.
Este domingo es el Día de la Madre. Celebremos con todas, en plural, con las mamás, abuelas, madrastras, etc. Con las que con su afecto nos han construido un nido de amor. Un espacio protector que merece respeto aun cuando no coincida con la imagen de familia tradicional, que no es ni mejor ni peor que las demás.
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