Esta semana recibí otra vez en Facebook propuestas sexuales de un desconocido. Desde que modifiqué mi estatus de “casada” a “divorciada” en esa red social el ciberacoso se multiplicó. Al parecer el algoritmo me puso en oferta.
Hice lo de siempre: bloquear, eliminar y olvidarme del asunto. No me desgasto denunciando acosadores porque se esconden en el anonimato. Estos machotes se envalentonan tras un seudónimo, un perfil falso y un mensaje privado que solo leo yo. Si escribieran en mi perfil público mis otros contactos los apabullarían.
Esa cobardía machista contrasta con la valentía de otros hombres: por ejemplo los gais que ejercen en público el derecho fundamental de amar y ser amados. Los derechos son para usarlos. La igualdad democrática exige que todos tengamos las mismas garantías. Lo demás son atavismos culturales, aunque si viajamos al pasado recordemos que griegos y romanos vivieron la homosexualidad sin prejuicios.
En esta sociedad pacata hay gente que se declara agredida si una pareja gay se da la mano o se besa en público. Eso dice más de quien se siente irrespetado que de la pareja. La inclusión nos convoca a todos: si hay que reducir brechas económicas y étnicas también hay que tumbar las de género. No veo la diferencia.
Hace 30 años Ana Torroja, vocalista de Mecano, cantó sobre cómo actuar ante una pareja gay: “No estoy yo por la labor de tirarles la primera piedra, si equivoco la ocasión y las hallo labio a labio en el salón ni siquiera me atrevería a toser. Si no gusto ya sé lo que hay que hacer, que con mis piedras hacen ellas su pared: mujer contra mujer”.
Hombre con hombre, mujer con mujer del mismo modo y en sentido contrario: ¡bésense mucho! La humanidad necesita amor.