Llega un video por whatsapp en el que aparece un adulto golpeando a un niño. Alguien decide grabar en vez de defenderlo. Luego el video circula con el mensaje: “repliquen, hagan algo, no sean indiferentes”… y la gente reenvía. Una foto en Facebook muestra a un señor en silla de ruedas con un mensaje que advierte que fue vacunado contra la poliomelitis. Se deduce que la vacuna no sirvió o que por su culpa quedó postrado. Alguien comenta que las vacunas son peligrosas y es mejor no aplicarlas a los niños. Esa opinión sin fundamento se llena de mensajes de “me gusta”.
Por un grupo de chat llega una información según la cual están distribuyendo dulces en las puertas de los colegios que en realidad son drogas muy adictivas y peligrosas. “Por favor replicar”.
Un mensaje en cadena de esos largos como un memorial, alerta que hace poco llegó una nueva banda a la ciudad y que se ubica para robar por la Panamericana. El mensaje está lleno de mayúsculas y signos de admiración y se acompaña del consabido “por favor replicar”. Al parecer ya no se usa avisarle a la Policía.
Llega un audio con una voz masculina que dice “no me consta pero por si las moscas” y a continuación explica que quizás ocurrirá un terremoto. No revela la fuente de la predicción pero cree que es un acto supremo de responsabilidad poner a circular un mensaje así.
No sé en qué momento las redes se volvieron un espacio para el miedo. Sé, en cambio, que el miedo es una fuerza que paraliza, distrae, quita energía e inhabilita para actuar. A otros les convendrá que circule por ahí, en medio de la ignorancia, tanto miedo empaquetado en distintas formas. Por favor pensar antes de replicar.