Un funcionario de la Alcaldía de Manizales escribió en diciembre en la cuenta oficial de la entidad en Twitter que “en lo corrido del año se han plantado 16.942 individuos arboreos en la zona urbana”.
Me molestó la falta de la tilde pero me inquietó más la expresión “individuo arbóreo” con lo bonita que es la palabra árbol, o mejor aún samán, araucaria, eucalipto, yarumo, arboloco, urapán, guayacán, roble. Tan bueno que es llamar a las cosas por su nombre.
Los twitteros, que pelean pero también enseñan, me explicaron que en la jerga del sector público usan “individuo arbóreo” para nombrar algo que no es lo mismo que árbol. Un individuo arbóreo puede ser una palma de cera, un sauce o también una matica de 10 centímetros, que con cuidado y paciencia puede convertirse en árbol o puede que no. A ese paso, una semilla podría clasificar como individuo arbóreo…
Como diría Cantinflas, ahí está el detalle: nos meten gato por liebre o nos cambian árboles grandes por individuos arbóreos. Alguien dice: talaron 10 árboles (o 100 o 1.000) en la Avenida, en Milán, en el parque, árboles altos, frondosos, con nidos, pájaros e historia, y otro responde: sí pero hemos sembrado 16.942 individuos arbóreos. La gente pregunta: ¿dónde que no se ven? Pues claro que no se ven porque no son árboles tupidos que dan sombra sino individuos arbóreos.
El papel, que se hace de la madera que sale de los árboles, aguanta con todo.
Pensaba en individuos arbóreos y en nuestros troncos locales cuando leí otro mensaje en Twitter, que escribió el periodista Esteban Duperly:
“- Arquitecto, y ¿qué hacemos con esos árboles?
- Córtelos, que ahí va la zona verde”.