“Sé que no hemos roto el más alto y duro techo de cristal al que nos enfrentamos, pero lo haremos, y espero que antes de lo que podemos imaginar”, dijo Hillary Clinton la noche del 8 de noviembre, al aceptar la derrota en su aspiración a la Presidencia de Estados Unidos, que perdió frente a Donald Trump.
Pensé en ese techo de cristal cuando escuché esta semana los comentarios sobre la última encuesta para la Presidencia de Colombia. A Claudia López le fue bien en la intención de voto y también figuran en la lista Clara López, Marta Lucía Ramírez, Viviane Morales, María del Rosario Guerra y Paloma Valencia. El analista radial despachó el asunto con una observación que cito de memoria: “muy bueno tantas mujeres candidatas porque así se demuestra que sí hay garantías para todo el mundo, aunque no creo que gane ninguna porque Colombia es un país que todavía no está preparado para ser gobernado por una mujer”.
No defenderé la agenda política de ninguna de las mencionadas ni creo que la decisión de voto de una mujer o un hombre deba determinarse por el sexo del aspirante. Pero sí me llama la atención el mensaje que subyace en la apariencia de apertura democrática: en el papel se otorgan garantías iguales a hombres y mujeres, pero la contienda electoral se desarrolla en desventaja porque miles de ciudadanos están convencidos de que las mujeres no pueden romper ese techo de cristal y esa certeza los lleva de entrada a descartar la opción de voto por una candidata que no va a ganar. Al no votar por ellas ocurre lo obvio: pierden, lo cual confirma el supuesto de que las mujeres todavía no ganan elecciones.
La política puede ser uno de los campos de mayor inequidad de género en Colombia: Las mujeres son mayoría en el censo poblacional y electoral, pero son minoría en los cargos de elección popular. El actual Congreso es el que ha tenido más mujeres en toda la historia del país: 52 curules que equivalen al 20,4%. De ellas, solo hay una mujer representante a la Cámara por Caldas. No tenemos senadoras, así como tampoco tenemos diputadas. De los 27 municipios del departamento solo 2 tienen alcaldesas y de las 19 curules del Concejo de Manizales solo una está ocupada por una mujer.
Las cifras nacionales muestran que aproximadamente el 40% de quienes conforman las Juntas Administradoras Locales son mujeres y su participación también es alta en las Juntas de Acción Comunal. Sin embargo hay un eslabón roto en la ruta de acceso al poder: a las mujeres las eligen para trabajar por su barrio o comuna pero hasta ahí. Es muy difícil que lleguen al Concejo o la Asamblea y ni hablar del Congreso o la Presidencia.
La reforma política de 2011 ordenó que las listas para elegir cinco o más curules en corporaciones de elección popular se armen con mínimo un 30% de uno de los géneros. La norma aplica para las listas que durante estos meses arma milimétricamente cada partido para las elecciones de Senado y Cámara del próximo marzo. Las de Senado pueden tener hasta 100 candidatos, es decir que mínimo deben contar con 30 mujeres. Las de Cámara dependen de cada departamento: en el caso de Caldas son de 5 aspirantes, así que tienen que incluir mínimo a 2 mujeres.
Tener más mujeres candidatas no significa que de manera automática resulten más mujeres elegidas. A veces los partidos las usan como simple comodín para cumplir con el requisito formal de la cuota de género impuesto por la ley, pero volcando toda la estrategia de campaña en el candidato que encabeza la lista o el que dentro del partido tiene el poder local. Y por supuesto que elegirlas tampoco garantiza más transparencia o eficiencia: en ambos géneros hay casos de mostrar y de esconder.
Ojalá que las candidatas que se inscriban para las próximas elecciones lo hagan pensando en ganar y no solo en ayudarle a los políticos de siempre a cumplir con el requisito que los hace posar de igualitarios, con esa actitud condescendiente que resulta tan ofensiva. Ojalá que los votantes podamos elegir entre buenas alternativas, incluyendo mujeres con real opción de poder. Ojalá que las que no resulten elegidas pierdan porque sus ideas no convencieron, y no por el simple hecho de ser mujeres.
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