Informa LA PATRIA del jueves que en los tres meses y medio que llevamos de 2018 van 40 muertos en accidentes de tránsito en las vías de Caldas, 16 de ellos en Manizales. 19 de los fallecidos, es decir la mitad, murieron en accidentes con motos.
40 muertos son muchos. Son 40 familias rotas en muy poco tiempo, que se suman a las del año pasado y el antepasado por la misma causa. Pero me asustan particularmente las muertes relacionadas con motos porque mi esposo, que maneja con prudencia y cuidado, se moviliza a diario en una, como tanta gente en esta ciudad, que tiene como único escudo de protección su propio cuerpo.
Leo sobre accidentes con motos y pienso en El orden de la libertad, un ensayo maravilloso publicado el año pasado por el manizaleño Mauricio García Villegas. Diría que es de “lectura obligada” si no fuera porque lo de “obligada” me parece una expresión odiosa cuando se trata de libros. Lo obligatorio riñe con lo placentero, que es el territorio en el que se mueven las buenas lecturas.
En El orden de la libertad Mauricio García Villegas recuerda a su padre, Jaime García Isaza, de 89 años, quien era muy querido en Arma, en donde hizo buenas relaciones con los vecinos de su finca Mazingira. Murió atropellado por una moto en 2016 y ese hecho, una cifra más entre las más de 6.000 víctimas anuales del tránsito en Colombia, significó un antes y un después en la vida del autor y le dio una nueva dimensión a las hipótesis que venía trabajando para su ensayo, que giran en torno a por qué a los colombianos nos gusta el orden o nos gusta la libertad, pero no las dos cosas a la vez.
Es decir: la alta accidentalidad en motos refleja algo mucho más profundo de nuestra idiosincrasia. Tenemos arraigada una cultura del relajo. Dice Mauricio García Villegas, abogado y doctor en ciencia política, que la nuestra es una sociedad demasiado tolerante con el incumplimiento de normas y el desorden. Que acá para cada problema queremos una ley, pero hecha la ley hay poco interés por hacerla cumplir. Ese ambiente permisivo es un rasgo de los gobiernos, pero también del sector privado y la academia. El cumplimiento de las normas depende: depende de la norma, depende del sitio, depende de si me gustan o no, depende de la autoridad, depende de a quién le van a aplicar la sanción. Y ese relativismo tiene como consecuencia el caos, que el autor define como una calamidad colectiva, con un origen sociológico en la cultura del pecado y el perdón: aprendimos que el que peca y reza empata y por lo tanto, si hay arrepentimiento no debe haber castigo. La aplicación de la norma se convierte así en una transacción.
Somos ciudadanos incumplidores del límite de velocidad, el semáforo, las zonas de parqueo, los impuestos, las normas sobre contaminación del aire y el agua, los límites al ruido y el manual de convivencia del edificio. Aún así, queremos mano dura para los corruptos pero la sanción social que les aplicamos es muy baja: se han visto casos de mafiosos que no pueden entrar a restaurantes, clubes o determinados colegios, pero no pasa igual con los políticos corruptos.
Lo que más me llama la atención de la argumentación de Mauricio García Villegas es que resulta iluminadora para entender la actual campaña presidencial. Señala que “durante siglos hemos estado empeñados en espantar el fantasma del tirano, pero en esa lucha hemos minimizado los efectos terribles de la falta de instituciones eficaces que proporcionen orden, seguridad, paz y tranquilidad a la gente”. En otras palabras: aunque el escudo de Colombia dice “libertad y orden” acá la derecha ha defendido el orden y la izquierda la libertad y es difícil encontrar quién defienda las dos cosas a la vez.
Dice García que “la misma elección popular de alcaldes ha alimentado el populismo sin Estado” y critica a la izquierda por su tendencia a desdeñar el aparataje estatal, la institucionalidad, y por su llamado a reinventar el Estado en vez de fortalecerlo. Ese discurso asusta a las clases menos favorecidas de las zonas periféricas, que precisamente padecen la falta de Estado en asuntos cotidianos como la extorsión, el gota a gota y la informalidad. Son estas personas las que podrían identificarse con el ideario social de la izquierda pero anhelan institucionalidad y mano dura, y ese sentimiento lo canaliza bien la derecha.
García escribió todo esto en 2016, antes de que tuviéramos el panorama electoral que se vislumbra hoy. Por eso vale la pena leerlo.
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