Uno de los momentos más placenteros del día es regresar a la casa. Esas pocas horas después de la actividad cotidiana son el espacio para los hijos, para comer, leer, ver televisión o conversar. Son el rato para descansar haciendo lo que nos gusta en la tranquilidad del hogar.
En una ciudad pequeña como Manizales, en la que tanta gente se conoce entre sí, es probable que pasados ya 12 días del fatídico aguacero del 19 de abril, muchos hayamos tenido la oportunidad de escuchar de viva voz el relato de algunos de los más de 2.000 damnificados que dejó esta emergencia invernal. Gente que ya no tiene un hogar para retornar por las noches, que está durmiendo “arrimada” en donde algún familiar, o que tiene una casa que ahora habita con zozobra, porque en cualquier momento puede volver a llover.
Me refiero a personas de Aranjuez, de Persia, de Ruta 30, González, Sierra Morena o Prado, por mencionar sólo algunos de los 37 barrios afectados. Gente que el martes 18 de abril se acostó tranquila y el miércoles 19 amaneció en la calle, con orden de evacuación o con miedo de regresar.
“Es muy duro, perdimos todo: en primer lugar la dignidad”, dijo por radio uno de los afectados. Una narración de su drama que me pareció certera para describir la situación de tantos. Algunos perdieron a sus seres queridos; otros la casa, la ropa, los enseres, el sitio de trabajo. También perdieron objetos simples de gran valor sentimental como fotos y recuerdos familiares. Pero el común denominador es una afectación en su dignidad como seres humanos.
Cuando se dice “damnificados” existe el estereotipo o el prejuicio de pensar en gente de muy bajos recursos y múltiples necesidades básicas insatisfechas. No es el caso de los damnificados que deja esta emergencia, que son tan diversos como sus historias de vida. Entre los afectados he conocido profesionales, amas de casa, personas con empleo digno y estable, estudiantes universitarios, obreros de construcción, vendedores, manizaleños que vivían en casas cómodas, con carro o moto, con electrodomésticos, celular inteligente e Internet. Personas que de la noche a la mañana se vieron durmiendo en albergues o donde parientes, forzados por la situación a recibir donaciones de ropa, ollas, vajilla y mercado para volver a dotar una casa que por ahora sigue en el aire, porque no es claro en dónde va a quedar.
Por eso, aunque el aguacero cayó el 19 de abril, para muchas familias la tragedia no ocurrió sino que está ocurriendo. Ese día les cambió la vida y aún no regresan a la normalidad. Ahora dedican el tiempo a papeleos y vueltas, a buscar casas de 4 alcobas cuyo arriendo no exceda los $600.000; a convencer al arrendador de hacer fila en la Cruz Roja para que pueda recibir el subsidio por $250.000 que no le dan al damnificado sino al dueño de la casa a alquilar; a hacer filas desde la madrugada para recibir una ficha que garantiza que al otro día, luego de otra fila, podrán hacer efectiva la ficha recibida el día anterior para reclamar una ayuda que envían desde Bogotá y que alcanza para poco pero algo es algo.
Se ha informado que los subsidios son por tres meses. ¿Y luego qué? La Ministra de Vivienda dijo que la solución son mil viviendas gratis (45 metros cuadrados en obra gris que no van a estar listos en julio) y el plan de “Mi Casa Ya”, el cual opera únicamente para compra de vivienda nueva, no usada, cuyo precio no exceda los $100 millones. El gobierno subsidia la cuota inicial y las tasas de interés, pero los interesados tienen que tener crédito aprobado en un banco y pagar las cuotas cumplidamente. Unas cuotas que por ser de este programa se reducen en un 30% aproximadamente.
Dónde vivir en el futuro es la pregunta que inquieta a muchos afectados por esta emergencia invernal. Como escribe la premio Nobel Svetlana Alexiévich en “El fin del “homo” sovieticus, "la gente de a pie no vive preocupada por la historia. Sus vidas son mucho más elementales: enamorarse, casarse, ver crecer a sus hijos... Levantar una casa". A algunos acá en nuestra ciudad les tocará levantar una casa por segunda vez. Solidaridad, afecto y empatía para todos los que perdieron su techo digno, el estuche de sus vidas.
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